Lunes 16 de noviembre de 2015
El fanatismo y el terrorismo son fatídicos, así mismo lo es la indiferencia que muchos tienen hacia estos males.
Las memorias del autor estadounidense Ernest Hemingway, ‘París era una fiesta’, nos golpean de pronto ante los atentados que se perpetraron en la ciudad luz el pasado viernes 13.
El libro recoge sus experiencias vividas en París, donde eran «muy pobres, pero muy felices», y narra las aventuras de él y otros autores que se conoce como ‘la generación perdida’ cuyo vaso conductor era el que habían sobrevivido a la Gran Guerra.
Después de la pesadilla del viernes, ya París no es una fiesta, y tampoco lo es el mundo.
Dos días antes había explotado una bomba en Bagdad con similares consecuencias a las que explotaron en la capital de Francia, sin embargo, no ha habido ni noticieros dedicados a ese hecho dejando a un lado la vereda tropical del bochinche local, ni mucho menos manifestaciones de apoyo al Líbano.
Y en otros rincones del mundo tampoco hay fiesta, especialmente cuando una gran cantidad de personas tienen que abandonar sus hogares, con solamente las pertenencias que pueden cargar, a ver dónde los reciben, huyendo de una guerra que ellos no entienden y mucho menos apoyan.
Sí, fue un espanto lo que pasó en París, pero es un espanto lo que pasa en el mundo, con tanta inequidad, la carrera armamentista en su apogeo y el terror apoderándose de nuestras mentes y nuestras acciones.
El fanatismo y el terrorismo son fatídicos, así mismo lo es la indiferencia que muchos tienen hacia estos males y se conforman con escribir un tuit al respecto.
Debemos unirnos en una gran oración por París, por los muertos en Líbano, por los desplazados en Siria e Iraq y también por los que toman las decisiones de los bombardeos y acciones de guerra, por los fanáticos y sus víctimas.
Una oración por el mundo y la paz, por la tolerancia y por evitar los conflictos mundiales que sacrifican a muchos inocentes.