Opinión, 20 de Septiembre de 2009, La Estrella de Panamá
En un programa de televisión en el que participé recientemente me tropecé con una realidad que me impactó por la confrontación que la misma tiene con el estilo de vida del panameño.
En ese programa, la viceministra de Educación señaló que Panamá está de penúltimo en lectura comprehensiva y tiene muchos problemas de lecto-escritura. Esa medición no va pareja a la inmensa inversión que han hecho los gobiernos en este rubro y está yuxtapuesto totalmente a los índices de crecimiento que arroja tanto el Producto Interno Bruto como la economía en su totalidad.
Interesada en el tema encuentro que Panamá está en la posición No. 62 de mejor índice de desarrollo humano (IDH) de una totalidad de 70, siendo Islandia el país que ostenta el mejor índice y estando Brasil de último en este grupo privilegiado.
El Índice de Desarrollo Humano (IDH) lo define el PNUD como “ un indicador compuesto que mide el avance promedio de un país en función de tres dimensiones básicas del desarrollo humano, a saber: vida larga y saludable, acceso a conocimientos y nivel de vida digno. Estas dimensiones básicas se miden, respectivamente, según esperanza de vida al nacer, tasa de alfabetización de adultos y tasa bruta combinada de matriculación en enseñanza primaria, secundaria y terciaria y producto interno bruto (PIB) per cápita en paridad del poder adquisitivo en dólares de Estados Unidos (PPA en US$) ”.
En esta medición se destaca que Cuba tiene mejor índice que Panamá, teniendo una economía tan deprimida, pero no me sorprende que Chile vaya en el número 40, dos puntos debajo que los argentinos. Nuestro vecino Costa Rica tiene mejor categorización que nosotros, pero Colombia está entre los países con un IDH medio, seguido por Venezuela y, la República Dominicana —que es el último país en la lista de deficiente lectura comprehensiva—, va casi pareja con los dos países bolivarianos que comparten una frontera.
Con todo este galimatías comparativo quiero señalar que es preocupante la situación, porque es obvio que nuestro vertiginoso desarrollo económico, que nos aleja muy rápidamente del resto de los países centroamericanos —aún antes de salirnos del Parlacen— lo que ofrece es un país de gente inculta sin vocación de superarse, y nos expone aún más a la inmigración inmisericorde de extranjeros que tienen la actitud de respeto y servicio que debe prevalecer en la población que trabaja, tanto en la empresa privada como en las oficinas del gobierno. Lo interesante de descifrar en qué hemos fallado ni siquiera está en que el IDH panameño ha ido permanentemente en aumento desde el año 1975, o que quizás los panameños tienden a gozar de una vida larga, que casi no hay analfabetismo (el 91.9% de la población está alfabetizada) y por supuesto, lo que inclina la balanza, es el Producto Interno Bruto, que nos pone a todos con un ingreso per cápita que nos bloquea el acceso a ayudas internacionales por los pocos que somos y lo mucho que circula el dólar.
En resumidas cuentas, tenemos una población alienada en un país que avanza hacia el segundo mundo. Urge revisar, tanto por las autoridades como por la sociedad en general, la cultura ciudadana de la cual carecemos y trabajar hacia un verdadero crecimiento en todo sentido, tanto personal, espiritual como colectivo, para poder equiparar estos altos grados de desarrollo con algo tan básico y necesario como comprender lo que se está leyendo. Que no nos sirva de consuelo que Panamá tenga un alto índice y que la mayoría de los países del área estén entre los que tienen uno medio, porque precisamente por la disociación que existe entre crecimiento económico y enriquecimiento cultural es que estamos como estamos.
Para complementar lo dicho en el programa y al decir de Eduardo Galeano, “ Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos ”. Y cierro con este pensamiento de John Ruskin, sociólogo inglés que vivió en el siglo 19: