Lunes 3 de agosto de 2015
Uno de los pilares de crecimiento de cualquier nación es la atención de salud que brinda a sus ciudadanos. En Panamá hay dos cabezas que atienden este sector, por lo que deberíamos gozar de doble efectividad en los servicios tanto en hospitales como en centros de salud.
La realidad es que es doble el desastre en que nos encontramos, a tal punto que en cualquier momento puede ocurrir una crisis de proporciones inimaginables en este sector.
En la Caja de Seguro Social, el director anterior, y aparentemente sus secuaces en la dirección de esta institución, utilizaron sus cinco años de poder para comprar cuanto aparato prometiera modernizar el sistema (con sobreprecios seguramente) y el resultado es que dejaron un hueco tan profundo, que pareciera que en cualquier momento colapsará.
Los atrasos en las operaciones de emergencia toman meses y hasta años, así que si dependiera de eso, irían todos a atenderse en forma privada o se morirían. La pregunta es qué hicieron con la cacareada modernización de esta institución a unos costos exorbitantes, con la tecnología de punta que compraron para amortiguar los atrasos mortales que afectan a los que tienen la obligación de atender.
Si en la Caja de Seguro Social llueve, en el Ministerio de Salud no escampa. La solución no es tan sencilla como cambiarle el nombre a la pomposa ciudad hospitalaria, sino atajar el problema por donde se debe. Ambas instituciones que rigen la salud del panameño deberían ponerse de acuerdo para dar un servicio óptimo a la mayoría de la población que no puede pagar los servicios privados que cada día cuestan más, precisamente por la ineficiencia de los públicos.
Hay un pregón que dice que ‘sueño con que algún día la educación despierte la misma pasión que el fútbol en nuestro país’. Yo incluiría a los servicios de salud, que deberían recibir la misma atención que la selección de fútbol de Panamá.