El accionar público La ética y la política Opinión Panamá Publicado en La Estrella de Panamá

Historia de un deicidio

La Estrella de Panamá, 2 de Enero de 2011

Montreal, Canadá-. La expresión deicidio hace referencia al acto de matar a un dios o una divinidad. En muchas ocasiones se ha utilizado para temas religiosos, aunque también ha sido sujeto de películas y ensayos, como el que escribió el reciente premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa sobre la obra de Gabriel García Márquez en 1971, que le sirvió de tesis para su grado de doctorado.

Pero el deicidio que voy a relatar aquí no es ni de literatura ni de ciencia ficción, mucho menos de religión. Es la trágica desventura que ha tenido el diario La Prensa desde que, a principio de los años 90, se les ocurrió la brillante idea de traer a un director asociado que lo que hizo fue malear a toda una generación de periodistas panameños, hasta más idóneos que él, y lo continuó haciendo más recientemente otro que quiso seguirle los pasos pero como la vida da sorpresas, el tipo les salió, además de engreído y fantoche, corrupto, mentiroso y con precio al mejor postor.

Cuando al periodista Paco Gómez Nadal lo quisieron amedrentar a su salida del país, a mediados del año, por el hecho de haber estado criticando en su columna semanal las acciones del actual gobierno, un periodista al que admiro mucho me comentó que no me precipitara a defender a Paco olvidando todo lo que vivimos con Gorriti. Ese no era el punto. Paco Gómez no vino aquí a enseñar a una pléyade de profesionales cómo se combatía a un presunto enemigo, vino a asesorar a ese mismo diario en temas editoriales que, según entiendo, no le pararon bolas, así que decidió solamente seguir de columnista y se involucró de lleno con las luchas de los indígenas naso y otras actividades altruistas que lo mantuvieron siempre con la óptica serena y la pluma aguda de señalar lo bueno, lo malo y lo feo, pero no con tirrias. Paco no tiene permiso de trabajo de esa empresa editorial y hasta representa una organización mundial que vela por los derechos humanos.

El caso Gorriti fue nauseabundo. No solamente se creía un dios sino que sus secuaces llegaron a creer que lo era. Sus conductas estuvieron muy alejadas de ser ejemplares, pero se siguió endiosando porque servía intereses personales del grupo que maneja ese diario, que se precia decir la verdad. Se inventó la unidad investigativa que si se le aplicara a él, muchos quedarían boquiabiertos. En una ocasión me llamó, cuando se le debía renovar su permiso de trabajo (siendo yo ministra y por ende, responsable de migración) y con gran pomposidad me dijo que iba para esas oficinas a buscarlo –supongo que con cámaras y toda la parafernalia del que quiere titulares— y yo le pedí al que era mi director de esa entidad que se lo mandara a su lugar de trabajo para que ni se molestara en montar su show.

Ahora, el argentino que se trajeron les resultó, además de una prenda, un petulante de primera y encima, traidor. Ha revuelto a este país y puesto a la justicia de cabeza, llegando inclusive a ser tan estridente su malversación de información que las investigaciones se hacen de oficio, porque no se habla de otra cosa. No hay Unidad de Análisis Financiero ni Corte Suprema que no haya caído en sus redes. Los casos más sonados, por supuesto dirigidos hacia los enemigos del mandamás del periódico y su adlátere más conspicuo –Pérez Balladares, Delgado Diamante, entre otros— siguen mandando tanto como lo hacía la ex embajadora Stepheson cuando ungió la alianza ganadora de las elecciones.

Y como la vida sigue dando sorpresas, ahora el sujeto de marras asume la dirección de la nueva empresa editorial que es, a todas luces, otro brazo más del imperio 99, como si no hubiera periodistas capaces, competentes e idóneos para asumir ese cargo. Para nadie es un secreto que le encontraron cosas feas a quien creían un dios (hasta una revista le crearon, en perjuicio de todas las que insertaban) y de allí su salida por la puerta de atrás. Finalmente se dieron cuenta que el ídolo tenía pies de barro.

No sé qué esperan los gremios periodísticos para levantar su voz de protesta ante tanto atrevimiento.