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La falta de cortesía

Domingo 1 de noviembre de 2015 

‘Hay que educar, capacitar y sobre todo, dar el ejemplo en el trato para que aquellos que están bajo nuestra influencia sigan nuestros pasos…’

Mariela Sagel
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Nuestro país desborda en falta de cortesía a todo nivel, al punto que hasta los extranjeros que aquí residen, que se preciaban de ser más educados, se están empezando a contagiar. La atención que ofrecemos al público es deplorable y es más obvia en las empresas que prestan servicio a los visitantes, sean turistas o locales.

Tuve que hacer un viaje en Air Panamá y me acerqué al local que tienen en la Cinta Costera. Una pareja de turistas estaba atravesando problemas, porque las chicas que atendían ese local no hablaban inglés. La señora pidió un baño y no se lo quisieron prestar. La conexión a Internet para pasar tarjetas de crédito era dial UP, y como otra de las muchachas estaba atendiendo el teléfono, no podían efectuar el pago.

La culpa no es de ellas, que no les dan los instrumentos óptimos para realizar su trabajo, sino de los dueños que, por no contratar personal capacitado o capacitar el que ya tienen y darles mejores condiciones, se exponen a esta mala imagen. Pero como tienen casi un monopolio, especialmente en las rutas internas del país, se dan esos lujos. Igual pasa con los precios, tanto Copa como Air Panamá, al ser los únicos que ofrecen ciertas conexiones, se dan el lujo de cobrar lo que les da la gana.

Lo mismo pasa desde que uno llega al aeropuerto de Tocumen. Con la mafia que tienen los maleteros que cobran manualmente el alquiler de los carritos, los que retornamos al país o los que nos visitan recibimos una mala impresión. Le he dicho varias veces al gerente de Tocumen que resuelva este asunto, pero seguramente él tiene otros y muchos y más importantes problemas que resolver. Sin embargo, una impresión es muchas veces más importante que mil palabras, o mil tiendas o mil anuncios.

En casi todos los servicios masivos, llámese cafeterías o expendios, la descortesía es la tónica. Algunos propietarios aducen que contratan extranjeros porque son más amables —y seguramente les salen más baratos—, pero esa no es la solución a este problema que nos está mostrando como un país hostil y descortés. Hay que educar, capacitar y sobre todo, dar el ejemplo en el trato para que aquellos que están bajo nuestra influencia sigan nuestros pasos. Si ven que su jefe trata despectivamente a los demás, harán lo mismo. Igualmente si un jefe observa una actitud negativa en un empleado, no gana nada despidiéndolo, sino corrigiéndolo, a ver si logra cambiar su forma de atender.

Es todo un círculo vicioso, pues a medida que se acerca el fin de año, con todas las fiestas que se avecinan, la ansiedad se va acumulando en todos aquellos que tienen presión por adquirir cosas, por ofrecer eventos, porque las fiestas patrias, el día de la Madre, la Navidad y el fin de año —y encima el Black Friday — se han convertido en una carrera por comprar, adquirir y no hay significado adicional a este consumismo que nos está matando.

Es casi heroico salir un día de pago o fin de mes, y la ansiedad se siente en el ambiente y se traduce en descortesía en el manejo, en los ‘no voy ‘ de los taxis, en las caras largas de los transeúntes y la agresividad en general. Los fines de año deberían ser tiempos de reflexión, de revisión de los logros y los fallos que hemos tenido y cómo enfrentar los nuevos retos que se nos presentan, y no en una competencia por comprar la última moda, comprar el teléfono más inteligente o consumir hasta la última copa de licor y lo que queda del lechón.

Estamos realmente en una sociedad descerebrada. Dentro de poco tendremos teléfonos tan inteligentes que no sabremos para qué se usan.