La virgen de la discordia
MARIELA SAGEL
La Estrella de Panamá, 18 de agosto de 2013
En días pasados se convocó a una conferencia de prensa donde se conformó un comité de amigos de las iglesias del Casco Antiguo, presidido por Ricardo Gago, quien a través de sus ejecutorias ha demostrado el desprendimiento y generosidad que lo adornan.
Estas iglesias, cinco en total, ubicadas en la parte antigua de la ciudad, son la Parroquia de San José (que tiene el famoso altar de oro que supuestamente trajeron de la Torre de Panamá Viejo cuando esta fue atacada por el pirata Morgan), la Catedral Metropolitana, que es una vergüenza nacional, cerrada por haber colapsado una parte de su techo y ubicada en lugar preferencial de los sitios que son visitados por los turistas y locales. El oratorio San Felipe Neri, que ha dado unos pasos seguros a su real conservación gracias a una fundación que la ha abrazado todos estos años; la parroquia de La Merced, a la espera de continuar su renovación y la parroquia San Francisco de Asís, frente a la concurrida Plaza Bolívar, que cuando la abrieron recientemente parecía una piscina de la cantidad de humedad y agua que había acumulado.
Para estas estructuras no sirve de nada que se le invierta en sofisticados sistemas de iluminación exterior, que van de acuerdo a las luces que tienen otras instituciones gubernamentales (rosado durante el mes de octubre, tricolor para las fiestas patrias y verde y rojo para Navidad, por ejemplo), sino rescatar la infraestructura que está debajo y adentro de cada uno de estos testimonios de nuestro pasado, para los que pareciera que no hay futuro.
En Montreal, ciudad que fue construida por las diferencias o competencias entre las iglesias y cuyos templos datan de por lo menos 400 años, se han unido no solo los feligreses (léase anglicanos, católicos, evangélicos, judíos, luteranos), sino empresas, universidades y hasta fortunas poderosas, como los dueños de la cervecería Molson, para garantizar que ese pasado no se pierda y existe un gran compromiso de parte de las autoridades para que se conserven y sean usados para el disfrute y usufructo de esa emblemática ciudad.
En medio de la agonía de nuestras iglesias surge la idea descabellada de hacer una virgen, en honor de Santa María la Antigua, la misma que era venerada en Sevilla y bajo cuyo nombre vinieron los conquistadores españoles a imponerse, con la espada y con la cruz, y a avistar un mar que ya estaba allí desde hace siglos y en cuyas aguas se bañaban los mismos indígenas que le indicaron a Balboa dónde estaba y de los cuales no respetaron ni a las mujeres que estaban en sus aldeas.
Si la Arquidiócesis de Panamá y monseñor Ulloa no se prestaran para estos caprichos faraónicos del gobernante de turno, el dinero que indica Ricardo Gago hace falta para restaurar los templos, 15 millones, bien podría conseguirse por su mediación la generosa donación de la empresa brasileña Odebrecht (que tal parece es la preferida de los que asignan los contratos, no solo en Panamá sino en otros países) y los dividendos de la cesión del valioso terreno en la entrada del canal donde se quiere erigir este despropósito.
Si fuimos cuatro gatos los que tumbamos la Tusa Financiera, mediante marchas, artículos, calcomanías, asistencia a foros y argumentos bien sustentados del mal uso que se le quería dar al terreno aledaño al Hospital Santo Tomás (donde se levantaba el formidable edificio de la antigua Embajada Americana, que le hubiera servido al Ministro de Defensa para palacio, acorde a su investidura) y que aún no hay fondos para hacer allí la urgente expansión del Hospital del Niño, de esa misma forma es la obligación de todos oponernos a este derroche cuando las iglesias —todas dedicadas a la fe católica— se están cayendo.