Publicado el 2 de mayo de 2023.
La muy esperada novela de Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura 2006, “Las noches de la peste” aborda un tema de mucha actualidad, como son las pandemias que ha sufrido la humanidad en el pasado y en este caso, lo trata con una exquisita elaboración artística que capta el permanente conflicto cultural nacido de la ignorancia y el prejuicio. Tal como es la tónica de este escritor turco, se mete en la narrativa con alusiones personales que lo hacen muy entretenido y, sobre todo, demuestra una gran sensibilidad. Le tomó cinco años escribirla, que coincidió con la pandemia del COVID, de allí que tenga tanta relevancia por las medidas de cuarentena que se aplicaban y también por conmemorarse este año un siglo de haberse constituído la república turca.
“Las noches de la peste” se desarrolla en una isla imaginaria, la isla de Minguer, situada en algún lugar del Mar Mediterráneo, entre Creta y Chipre, también llamada “La perla del Mediterráneo Oriental”, durante el año 1901. A esa isla llega un barco, el Aziziye, con doctores y farmacéuticos que, camino a China para combatir una peste bubónica que dejó varios millones de muertos, quedan atrapados en un brote de la enfermedad y, siendo la isla parte del imperio Otomano, el sultán Abdülahmid II, el antepenúltimo que reinó sobre el vasto territorio otomano manda a sus mejores profesionales para contener la plaga.
Minguer es una isla pequeña, con apenas 80 mil habitantes, 25 mil de los cuales viven en la capital, Arzak. La peste se manifiesta con unos bubones que les salen a los afectados y que, una vez maduros, causan la muerte de manera muy dolorosa, con fiebres y escalofríos. De allí el nombre de “bubónica”. Es importante resaltar las tensiones que existen entre ortodoxos y musulmanes, estos últimos reticentes a las cuarentenas. Los muertos se acumulan y deben ser incinerados (lo que no acepta la religión que practican) y se desinfectan las viviendas con lisol (un genérico sobre el que se basa el producto que hoy día conocemos comercialmente).
Las casas donde la enfermedad se ensaña deben tapiarse, algunos esconden a los enfermos y muertos, y otros tratan de salir huyendo. Una de las relatoras es Pakize Sultán, sobrina del sultán de turno, la tercera hija de Murad V, confinado por 28 años en el palacio Yildiz, en Estambul, junto con su familia, por una supuesta afección mental. El antecesor de Abdülhamid solamente reinó por 93 días. Pakize Sultán escribe largas cartas a su hermana Hatice (113 en total, que fueron la base de esta historia novelada), está recién casada con un doctor que tiene como misión erradicar la peste y su llegada a la isla se convierte en una permanente luna de miel. Es una mujer muy inteligente, avispada y con gran criterio para los temas de estado y tiene ansias de vivir.
“Las noches de la peste” es, hasta cierto punto, con todos los vericuetos típicos de Pamuk, una historia de amor y de los que luchan contra las prohibiciones que imponen las cuarentenas, las tradiciones de una isla imaginaria, que bien pueden ser de cualquier sitio en esta parte del mundo y es un relato épico donde la insurrección y el asesinato conviven con las ansias de libertad, el amor y los actos heroicos.
«Gran parte de la literatura sobre plagas y enfermedades contagiosas presenta el descuido, la incompetencia y el egoísmo de los que están en el poder como únicos instigadores de la furia de las masas. […] Una reacción universal y aparentemente espontánea de la humanidad a las pandemias ha consistido siempre en crear rumores y difundir falsas informaciones. En el pasado, los rumores se alimentaban sobre todo de las informaciones erróneas y la imposibilidad de captar la situación global. […] En un mundo sin periódicos, radio, televisión ni Internet, la mayoría analfabeta no disponía más que de su imaginación para discernir dónde estaba el peligro, su gravedad y el grado de tormento que podía causar. Esa dependencia de la imaginación daba a los miedos de cada persona una voz propia, que teñía de un tono lírico: localizado, espiritual y mítico», según el autor.
Además de desarrollar con preciosismo y detalle la vida en esa isla imaginaria, los amores furtivos, traicionados y consumados, recrea una vida que, para los que son ajenos a las costumbres turcas, son reveladoras de cómo se cocían las habas durante la vigencia del gran Imperio Otomano, que por seis siglos se erigió poderosamente por tres continentes, ya que controlaba una vasta parte del sureste europeo, de Oriente Próximo y del norte de África: limitaba al oeste con el Sultanato de Marruecos, al este con Persia y el mar Caspio, al norte con el Zarato ruso, la Monarquía Habsburgo (Hungría y el Sacro Imperio Romano Germánico) y la Mancomunidad de Polonia-Lituania, y al sur con Sudán, Eritrea, Somalia y el Emirato de Diriyah (Arabia). El Imperio otomano poseía 29 provincias, además de Moldavia, Transilvania, Valaquia y Crimea, que eran estados vasallos. Una verdadera lección de cultura que novela el incesante acoso de los nacionalismos que marcan crueles fronteras y que han venido a sustituir la lucha por los derechos humanos. Con un estilo directo y una estructura cronológica de fácil acceso, el galardonado autor turco despliega el amplio conocimiento que tiene de su patria y de la historia de ella.
Siendo fiel a ese estilo (que precisamente fue la razón de que lo premiaran con el Nobel) demuestra que la diferencia entre las personas más rudas y las más civilizadas es mínima, ya que detrás de las ideologías, las civilizaciones, el idioma o la religión, existe un hilo conductor, que es la reacción que tenemos antes las injusticias o el deseo de ser amado.
El que haya tenido el privilegio de conocer Türkiye a fondo entenderá cómo las riquezas de las tradiciones se entremezclan, como consecuencia de la perpetua lucha entre civilizaciones diferentes. Debido a que es uno de los tres países en el mundo que tienen un lado europeo y otro asiático, es el vértice en el que se encuentran Oriente y Occidente.
La sobrina del sultán de turno, Pakize, se convierte en un personaje principal y llega a ser reina de la isla cuando se declara independiente del imperio. Las descripciones de los gustos de este sultán son alucinantes: le encantaba Sherlock Holmes y mandaba traer sus libros para que se los tradujeran y se los leyeran. El relato es entretenido y lo incita a uno a entender mejor cómo se manejaban las cosas en los tiempos del sultanato de Abdülhamid II, uno de los más representativos de la degradación que fue manifestando ese imperio que apenas veinte años después fue abolido, para constituirse en la República de Türkiye.
Como todos sus libros, el escritor turco elabora una exquisita trama, pero no sale de la isla solamente por referencias a instancias del pasado de Pakize Sultán, su infancia y la relación con su tío. También se permite licencias que son impensables en muchos escritores turcos, como son las referencias a los escarceos amorosos. Es un híbrido muy bien logrado que nos permite deambular por diferentes ideologías y credos, que no chocan entre sí.
LOS PROTAGONISTAS
El sultán Abdülhamid II reinó durante 25 años y sus amanuenses eran los gobernadores de las provincias, entre ellas la de Minguer, llamado Sami Pachá. Cuando se declara la peste, el sultán envió a su mejor médico, Bonkowski Pachá y un asistente. Los acompañaba el doctor Nuri, especialista en plagas y esposo de la ya mencionada Pakize, que van escoltados por Kâmil Pachá, un guapo mayor del ejército. Se esperaba que el médico Bonkowski descubriera, siguiendo el método de Holmes, el origen de la peste bubónica y la combatiera.
Como ha sido la tónica en todas las pandemias, las cuarentenas son rechazadas tanto por la población como por las autoridades y, en este caso, el alegato era que se estaba occidentalizando las costumbres, contrarias a las tradiciones orientales, en especial las musulmanas. Sobre estas bases se tejen toda clase de historias teniendo como trasfondo la enfermedad y la manera de tratarla.
Es sabido que los occidentales se fían más de los consejos médicos y toman los medicamentos sugeridos, mientras que los musulmanes prefieren métodos tradicionales, como rezar. Se establecía, como regla, una vez detectado un brote, cinco días sin salir de casa, pero esta medida no funcionó, a pesar de la estricta supervisión de soldados bajo el mando del gobernador Kâmil.
Hay una emigración masiva de los más ricos, en barcos clandestinos y el sultán recurre a buques de guerra franceses y británicos para evitarla, lo que desemboca en la independencia de la isla debido a la rebelión del propio Kâmil, que llega a ser presidente, pero por brevísimo tiempo, porque muere víctima de la peste.
Son deliciosos los relatos del breve reinado de Pakize, su desconocimiento del idioma oficial, el minguerés, y sus esfuerzos para disimularlo. Es común entre todos los personajes la necesidad de amor. Parece que, a pesar de todas las diferencias de idiosincrasia, idioma, religión o política, todos somos iguales. *
EL AUTOR
Orhan Pamuk nació en Estambul en 1952. Recibió el galardón del Nobel de Literatura en 2006. Estudió arquitectura y periodismo y ha pasado largas temporadas en Estados Unidos, en universidades de Iowa y Columbia, New York. Ha escrito una decena de novelas y varios ensayos, el más destacado “Estambul”. Su éxito mundial se desencadenó a partir de los elogios que John Updike, escritor estadounidense que también ejerció la crítica literaria, dedicó a la novela “El castillo blanco”. Desde entonces ha obtenido numerosos reconocimientos internacionales: el premio al Mejor Libro Extranjero en Francia, el Grinzane Cavour en Italia y el premio internacional IMPAC de Irlanda, los tres por “Me llamo Rojo”. En 2005 recibió el Premio de la Paz de los libreros alemanes. Con la publicación de “Nieve”, novela por la que en 2006 fue galardonado con el Prix Médicis Étranger, Orhan Pamuk pasó a ser objetivo predilecto de los ataques de la prensa nacionalista turca. Tras la obtención del Nobel de Literatura en 2006, su proyección internacional se consolidó definitivamente, y sus libros han sido traducidos a más de cuarenta idiomas.
*Vale la pena anotar que antes de la creación de la República de Türkiye, las personas no tenían apellidos, por lo que los títulos eran los que acompañaban sus nombres.