Cultura Literatura Opinión Publicado en La Estrella de Panamá

Los años dorados

Domingo 26 de julio de 2015

«A veces las enfermedades nos juegan una mala pasada, no se tienen los fondos para viajar o vivir sin preocupaciones.»

Mariela Sagel
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Así suelen llamarle a los años que están entre los sesentas y la muerte, que deberían ser de gozo, ausentes de preocupaciones, con el disfrute de lo sembrado en vida. Pero la mayoría de las veces no lo son, a veces las enfermedades nos juegan una mala pasada, no se tienen los fondos para viajar o vivir sin preocupaciones, la familia no nos trata bien o la soledad nos consume de tristeza.

Nada de lo anterior eran las circunstancias de Alma Belasco, una judía polaca que gozaba de fortuna, ausencia de preocupaciones y un hijo, una nuera y dos nietos que la adoraban.

Pero ella decide recluirse en Lark House, donde hay niveles, como en un hotel, y vive en un apartamento con lo esencial, haciendo lo que le viene en gana, sin dar cuenta a nadie. Irina, la chica de Moldavia, le cae en gracia y la contrata de asistente, y va organizando sus archivos y desprendiéndose de todos los documentos y posesiones que hacen la vida más pesada –y que no sirven de nada y mucho menos para el viaje al más allá –. Así empieza Irina a sospechar que tiene un amante, por las constantes escapadas de la anciana, con camisas de seda y ropa interior seductora en la maleta, a los 82 años.

Embonadas todas las piezas, los personajes van de un lado a otro, de un continente a otro, de un personaje a otro, bien engarzados unos a otros, como es tradicional en la narrativa de Isabel Allende, cultivadora de una especie de post realismo mágico.

Ichimei, el jardinero japonés, no deja de enviarle cartas a Alma con sus dibujos. Nathaniel, el esposo y primo de Alma no deja de complacerla en sus caprichos y veleidades, y Seth, el nieto, se enamora de Irina irremediablemente. Las descripciones son impecables y los desenlaces, impensables.

Como es su costumbre, cada vuelta de página hay una sorpresa, y también una enseñanza. En este caso es no tenerle miedo a la muerte y sobre todo, prepararse para ese viaje, llevando una maleta muy liviana y dejándole a los seres queridos una carga no muy pesada que sobrellevar. Y remata la novela con una carta de Ichimei fechada un 8 de enero, maravillado por la exuberancia del universo y lo fantástico que es estar vivo. El año es 2010 y alegaba que ambos tenían 17 años.