Literatura Revista SoHo

LOS LIBROS QUE NUNCA TERMINÉ

Por Mariela Sagel

Revista SoHo, número del mes de Abril de 2010

Debería enumerar mejor los libros que nunca pude leerme porque, parece mentira, muchas veces el paradigma que te creas en la mente sobre un autor te inhibe de leer sus obras. O como diría Joaquín Sabina, “terminaba tan triste que nunca lo pude empezar”. Triste o alegre, si nunca los empecé no supe cómo acababan. 

En fin, que en este pequeño patio nuestro hay de todo. Los libros de Ramón Fonseca a lo mejor han sido buenos, pero tuve la mala pata que en 1994, cuando aún éramos amigos (y no vecinos y adversarios irreconciliables) me dio el manuscrito de un libro con el que pensaba participar en el Concurso Ricardo Miró. Se llama La danza de las mariposas y obtuvo ese año el premio en novela. Yo le hice muchas correcciones, era tan cursi, pero tan cursi, que podría aplicar aquí la canción de Sabina “terminaba tan cursi que nunca lo pude empezar”. Le devolví su manuscrito con todos mis comentarios y sugerencias y nunca tuve el valor de revisar si los había tomado en cuenta. Supe que les pidió ese favor a otras personas, inclusive que les pagó por la revisión –a mí no me ofreció ni un centavo— pero fue tan lamentable leer su prosa almibarada y tan poco sincera, que eso me programó para no volver a leer más nunca nada escrito por él, a pesar que tengo casi todos sus libros e ido a presentaciones de ellos.  Tampoco he escuchado o leído –aparte de Ojitos de Ángel – ninguna crítica seria que lo eleve a categoría de consagrado autor, por mucho dinero que le invierta a esa imagen.

No he tenido estómago para leer nada del Prof. Ricardo Ríos, quizás porque siento que en cada vuelta de hoja voy a leer un ¡eh! que es una muletilla que usa cuando habla. Los agremiados escritores bajo la égida de Enrique Jaramillo Levi no me inspiran confianza, conocedora de los pocos escrúpulos que tiene este señor en temas literarios.  Solamente hay que recordar lo que hizo hace unos años con una antología, que publicó sin permiso de los autores y mucho menos les pagó regalías.  Una buena demanda se ganó con ese atrevimiento.  A él ni mi disciplina lo ha salvado y creo que aparte de unos libritos que publicó allá por 1980 (los cuales le ilustré porque según él, estaba muerto de hambre) no tengo ni el que le ha publicado Alfaguara por considerarlo “nocivo” para mi biblioteca.  Su grupo de adláteres me caen gordos (y gordas) y se merecen que los llamen unos tontos útiles y acomplejados por los aspavientos viscerales y retrógrados que tienen cuando algunos de los que estamos dedicados a promover la buena literatura organizamos algo. Todas esas pseudo escritoras con uñas largas y boquitas pintadas me causan estupor: ¿cómo pueden escribir si las uñas le dan la vuelta a la tecla?   Rose Marie Tapia no debería estar en esas ligas, pero mientras lo esté, si sabe contar, que no cuente conmigo.  De Lupita Quirós no me he atrevido a leer pero ni un prólogo.  Es la antítesis de cómo una escritora debe lucir.

De los de afuera tengo un montón, y la lista la encabeza Paulo Coelho. No soy muy aficionada a los libros de autoayuda y este señor es el culebrero post moderno del momento y se rinden ante él los que uno menos se imagina. En una ocasión, estando de visita en Miami y hablando de la feria del libro que acabábamos de celebrar (era el 2005) una dominicana, de esas fartas que abundan (y más en esa ciudad de plástico) asoció libros con Coelho y espetó que era lo que más le gustaba leer. El amigo español con el que estábamos dijo en forma pícara que al brasilero había que venderlo en oferta. No creo que se llegue a tanto, porque sus libros se venden como papas fritas, al punto que recientemente un conocido e impoluto analista político escribió un artículo para un medio local atribuyéndole un texto sobre Panamá que había escrito otra persona. Todo un faux pas y de lo peor, pero eso refleja la medida en que la sociedad está obnubilada por él. Too bad, porque hay tantos escritores de los que nos podemos enriquecer. Lo peor fue que el texto atribuido a Coelho era tan bueno que lo enviaban y reenviaban por e-mail dándole el crédito que no merecía. Si yo fuera la periodista, demando derechos de autor.

Generalmente termino los libros que empiezo y leo de todo, pero últimamente he abandonado esa disciplina férrea y he ido dejando en el camino algunos que nunca pude terminar. Entre esos hay un par de famosientos que se me hacen pesados. Yo leo para entretenerme, me encantan las biografías, los libros eróticos, las novelas de ficción y los históricos, pero también los de chismes, especialmente los mexicanos. Sin la lectura me moriría, no me puedo imaginar sin un libro al lado.  Si logré la hazaña de leer Sin tetas no hay Paraíso y el Gatopardo y la Peste, nunca pude pasar de la portada de los de Harry Potter, aún cuando leí The Hobbit hace muchos años, más de los que quisiera acordarme.  Allí están, como los convidados de piedra de mi biblioteca, los libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez y de Manuel Ruiz como testigos que no todo lo supuestamente ayuda representa ayuda para todos, especialmente si anticipándome a cómo terminan, no los pude empezar.

Nota:  Este artículo desató una polémica entre los escritores aludidos que dió como resultado una campaña de descrédito sin precedentes.  Lamentablemente, los que encabezaron esa campaña eran precisamente los autores que ni se mencionan en el artículo, faltó espacio para incluirlos. Voy a reproducir los correos de la señora Tapia, que mandó a todo el ciber espacio, y mis respuestas, que no circularon con tanta profusión porque no era mi intención ventilar mis criterios a los cuatro vientas.  Al final, los que perdieron fueron ellos.

2 COMENTARIOS

  1. Muy interesante articulo, en algunos puntos estoy de acuerdo, hay autores insufribles que sin embargo por alguna razón son «famosos» sin embargo no estoy de acuerdo con toda la lista pero para gustos los autores ¿no? me gustaría saber que libros sí recomienda y que autores le parecen potables.
    Saludos

  2. Muy agradecida de su comentario, todos tenemos derecho a tener nuestra preferencias, y más cuando éstas son literarias y los escritores no deberían ser tan susceptibles de críticas. Todo el que hace público un criterio está expuesto a que guste o no guste. Lo que pasa es que en Panamá, algunos malos escritores se creen que son monedita de oro para que todo el mundo se lea sus bodrios.
    Yo he leído a Rafael Pernett y Morales, Juan David Morgan, Justo Arroyo, David Robinson, Guillermo Ledezma Bradley, Rogelio Sinán, Tristán Solarte, Joaquín Beleño, entre los nacionales, y los he disfrutado. De los escritores internacionales le puedo señalar muchos, pero no acostumbro leer libros de autoayuda, por lo que no leo a Cohelo.

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