Por Mariela Sagel, en El Siglo, 31 de mayo de 2021.
Hace unos meses leí uno de los artículos semanales del escritor español Arturo Pérez Reverte, en que hacía una comparación entre las relaciones en que antes se establecían entre clientes y proveedores y que hoy día se han perdido totalmente por la automatización de la que somos víctimas, gracias al avance de la tecnología.
Mencionaba Pérez Reverte que antes uno iba al banco, se sentaba a tomar un café con el ejecutivo de su cuenta (fuera esta grande o pequeña) y cualquier problema se resolvía mediante una llamada a esa persona, a su teléfono directo.
Hoy día todo es impersonal, frío y no sé cómo hacen las personas mayores, cuando tienen que lidiar con un daño en su teléfono fijo, con un documento “on line” o algún trámite cuya institución te manda de un número a otro, que si aprieta aquí, que si escoge esta opción o que si finalmente logras hablar con un ejecutivo, éste se encuentra en un “call center” en otro país y te pide un montón de información que seguramente no tienes a mano.
Hace un par de días tuve que llamar a la empresa telefónica de mi línea fija por un daño. La operadora me insistía en que pusiera el reclamo por WhatsApp. Pensaba en todos los “abuelitos” (yo también lo soy, pero me manejo muy bien con la tecnología) que se rehúsan a usar ese medio de mensajería instantánea o no tienen teléfonos inteligentes. Igual me pasa cuando llamo a un banco y me pasan de un lado para otro apretando uno que otro número u opciones para resolver lo que uno tenga que hacer.
Todas las instituciones de servicio deberían tener un departamento para los cerrados de la mollera a la tecnología. Que resuelva a los mayores de 80 u 85 años las quejas que puedan presentarse. Esto haría más llevadero el asunto.