Mariela Sagel
El Siglo, 10 de marzo de 2014
Cuando en 2010 el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez exhumó los restos del Libertador Simón Bolívar es posible que haya desatado la maldición del panteón, una leyenda que existe entre los venezolanos y que se fue reafirmando con la velocidad con que se desarrolló la enfermedad del mandatario, que finamente se lo llevó la semana pasada. Según los apegados a la leyenda, la profanación de la tumba ha sido la causante de muchas de las muertes en el entorno del fallecido comandante, como fue el director del Diario Vea, y la del gobernador de Guárico, diputado y ex ministro del gobierno chavista.
Le siguieron las muertes de un conspicuo diputado partidario de Chávez, Luis Tascón y del general Alberto Muller Rojas, asesor presidencial, todas ocurridas el mismo año de la exhumación. Al año siguiente murió Lina Ron, una dirigente radical del movimiento chavista y la siguió el hermano del fiscal Danilo Anderson, que reafirman la creencia. En junio de 2011, falleció el Contralor General de Venezuela. Más cerca del final de Chávez, le dio un infarto al Procurador de Justicia, que se atendía también en La Habana.
Otros desastres también están relacionados con esta maldición y tal parece que los “chamos” apuestan por la superstición como castigo divino por la profanación de la tumba del Libertador. Lo cierto de caso es que la necrofilia –el amor a cadáveres–, está arraigada en los gobiernos populistas, y hace que los muertos sean objeto de adoración y a sus profanadores les caiga la teja si no los dejan descansar en paz.
Hilando más delgado, semejantes calamidades cayeron sobre los que abrieron el sarcófago de Tutankamon en Egipto y profanaron las pirámides y durante la Revolución Francesa se ordenó profanar las tumbas de los miembros de la realeza, pero de allí a que eso fue el resultado que terminara con derramamientos de sangre hay una gran brecha por estudiar.
Lenin, por ejemplo, es venerado, aunque sea por la mitad (no alcanzaron a embalsamarlo en todo el cuerpo) y a su lado estuvo Stalin, pero Nikita Jruschev lo mandó al Kremlim, junto a John Reed, el único estadounidense que está enterrado allí, y se dice que eso fue lo que acabó con la vida del dirigente ruso.
Verdad o mito, lo cierto es que la exhumación de los restos del Libertador estuvo rodeada de misterio y esto se prestó para muchas elucubraciones macabras así como anécdotas y bromas. Se dice que el Libertador hizo pagar caro el querer averiguar las razones de su muerte. En Egipto se lee: “La muerte llegará rápidamente a aquel que ose perturbar el reposo eterno del faraón”.