Parece que el artículo anterior “¿Esto ser los carnavales?” encendió un chispero, y hoy domingo de Carnaval debe estar que arde. Como mencioné en aquella ocasión, la idea de hacer el Carnaval, no en la Central, como tradicionalmente se hacía, o en la Vía España, que es lo mismo pero con otro nombre, sino en la Transístmica, ha elevado muchas protestas. En el área de impacto de la tarima, y a lo largo de la ruta, donde se instalaron el culecódromo, el sancochódromo, los toldos del recuerdo y típico y el Pub Herrerano, además de algo que se denomina X-Zone, no solamente hay muchas viviendas e innumerables familias, sino tres hogares de ancianos, aparte de que algunos comercios se vieron forzados a cerrar desde el viernes, lo que ha afectado negativamente a esta parte de la ciudad.
Analizando los alrededores de la zona carnestolenda, esperando que no se repita la pesadilla de la basura que ocurrió a fines de año, cuando no habían carros para recoger todos los paquetes de regalos que se intercambiaron, y todas las botellas de guaro que se bebieron en esas fiestas, he hecho algunas matemáticas. Averigüé que por la terminal de transporte pasan desde el viernes hasta el domingo unas 800 mil personas, que son mucho más que las personas que se desplazan para fin de año o durante la Semana Santa, porque tienen más días para salir hacia el interior. Esto sumado a la cantidad de autos que desde el jueves empieza a «coger brisas para Miami o Coronado» dejaría la ciudad con muy pocas personas, sin contar las que se montan en un avión. Entonces, ¿por qué no destinar un área alejada de la ciudad, para que la gente que se queda en la capital carnavalee a su gusto? ¿Qué tal emular a los brasileños con su sambódromo? Puede ser un área como la 24 de Diciembre, que tiene gran población y que estoy segura aliviaría los traslados a muchas personas.
Me corro a robo que cuando se contempló la idea de hacerlo en la Avenida Balboa pegaron el grito al cielo más de cuatro, y los poderes invisibles que se mueven en este país no dejaron que esa moción prosperara. No me entra en la cabeza que se permita hacerlo en la cinta costera como se ha anunciado, menos si ni siquiera se ha culminado e inaugurado la obra. En el Cangrejo, a la altura de la calle F y el inicio de la calle Combatientes del Ghetto de Varsovia, hay dos residencias que han estado demoliendo y están en ruinas. Solamente imagínense en lo que se convertirán en estos días esos dos inmuebles. Habrá que fumigarlos el miércoles de ceniza de las sobras de todos los piedreros que encontrarán allí refugio durante el Carnaval. Si hay alguien a quien yo admiro es a Pedro Altamiranda. De forma sencilla dice lo que piensa, y aunque no coincidamos en temas políticos, es un agudo crítico de la cotidianidad de este pueblo panameño. Creo que sus pregones del Carnaval en la Central, Las Tablas y la Salsa de Pedro no pierden vigencia nunca. En él me he inspirado para escribir estos párrafos, porque cada uno de nosotros está allí representado: la Central es un bazar de back sides, tetas y canillas, y en la aceras viejas calentando sillas, chichis en mini shorts; para las Tablas to ras’, tipos con la boca pintada y agua, agua, agua…!
Esto viene a colación siendo testigo del deterioro en que han ido cayendo las representaciones artísticas y la chabacanería y vulgaridad, que ahora se quiere hacer ver como la expresión auténtica del panameño. Recuerdo cuando los carnavales eran un evento de garbo y elegancia para deleitarse con artistas que venían a presentarse en las tarimas populares así como en los hoteles El Panamá y otros. Ahora parece que la cosa está color de hormiga, pues solamente escucho quejas de los panameños alegando que los músicos extranjeros se llevan todo el billete y también que todo el mundo va a poner a sonar una canción que prohibieron, de un tal DJ Black, que tiene todo mi respeto, pero como detesto el reggae, no se me ocurre reproducir ese tipo de música. Dice Pedro que esa música ni es que viene de los monos que no se han bajado del árbol y que para música de negros (porque al final se sienten victimizados) vayamos al blues, al jazz, al feeling, y otros ritmos memorables.
En el año 1999 me llevé el galardón de represora porque multé a los canales de televisión que pasaban los programas La Cáscara y Calle 13, luego que se enfrascaron en una pelea verbal y visual (desde las Tablas to ras’) que ofendió a muchos. Sabía desde el principio que «el debido proceso» al que siempre recurren los leguleyos (que abundan en este país) no se seguía, pero lo que importaba era que se sentara un precedente de «moral y buenas costumbres» como dice el manual. Hoy día todo el mundo recuerda que La Cáscara fue regañada, pero nadie recuerda que esa acción legal no prosperó. A estos de-safueros es que lleva la chabacanería y la chusma.
Puede que esté sangrando por la herida, porque me he visto obligada a exiliarme durante esto días lejos de mi acogedor ambiente hogareño. Pero, el tema de la seguridad, la bajeza en que cada día cae más este pueblo panameño, no es el Panamá «que se queda en ti» y que vienen a ver los turistas, a quienes se les ha vendido la idea que los carnavales son buenísimos en la ciudad. De allí salen los desafueros y la pregunta «¿Esto ser los carnavales?»