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MURILLO Y SEVILLA

Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 18 de marzo de 2018

Viajar a Sevilla, en la comunidad autónoma de Andalucía, y no visitar el Museo de Bellas Artes, es un pecado mortal. Situado en la plaza que lleva su nombre, ocupa el antiguo Convento de la Merced Calzada, que se estableció en unos terrenos donados por el Rey Fernando III (llamado “El Santo”) una vez que conquistó esa ciudad en 1248.  El Museo como tal fue fundado en 1835 bajo el nombre de “Museo de Pinturas” y recogía las obras de temas religiosos que provenían de conventos y monasterios que eran “desamortizados”, como dice la guía del sitio, por el gobierno liberal de Juan Álvarez Mendizábal.  También ha recibido muchas donaciones de coleccionistas privados.

La plaza de enfrente es muy amena, y los domingos está llena de pintores ambulantes, retratistas de postín y vendedores de recuerdos turísticos.  En el casco antiguo de esa maravillosa ciudad las calles son estrechas, las aceras más y los conductores son habilísimos en transitar por ellas.  Cuando uno se va acercando a la plaza se encuentra con un portento arquitectónico que no tiene nada que ver con lo que tradicionalmente se ve en las ciudades andaluzas: el Metropol Parasol, también llamado “Setas de Sevilla”, que a solo unos metros del Museo de Bellas Artes sorprende por su estructura en forma de pérgola de madera y hormigón.  Es inmensa, de 150 metros de largo, 70 de ancho y una altura de 26 metros.  Abajo funciona un mercado tradicional, una plaza de espectáculos y un museo arqueológico.  Ascendiendo se llega a una terraza que ofrece una de las mejores vistas panorámicas del casco antiguo de la ciudad.  Este gigantesco hongo está en la Plaza de la Encarnación, a solamente 750 metros del Museo de Bellas Artes y a 450 metros del Palacio de las Dueñas, donde nació el poeta Antonio Machado y donde vivió hasta su muerte la última Duquesa de Alba.  El palacio, de estilo gótico-mudéjar, está ahora abierto al público.

EL MUSEO DE BELLAS ARTES

     En la actualidad, el edificio que hoy recibe a millones de visitantes al año es una maravilla de arquitectura andaluza que antaño albergaba un edificio estilo mudéjar.  A pesar de su antigüedad, ha tenido varias transformaciones que han preservado su trazado original, que se organiza alrededor de tres patios de claustro, el del Aljibe, el de los Bojes y el Claustro Mayor, que se conectan entre sí por una escalera imperial.  Es una bellísima muestra del manierismo andaluz y ese templo como tal se concluyó en el siglo XVII.

A partir de ser constituido como museo se le han hecho varias remodelaciones, siempre preservando su estilo original.  A la entrada se pueden apreciar unos paneles procedentes del Convento del Pópulo y otros del Convento de San Pablo.  Entre 1942 y 1945 se inauguró el patio de las Conchas en el espacio que ocupaba la antigua sacristía y se trasladó a la fachada principal la portada barroca de la calle Bailén.

El museo, regentado por la Junta de Andalucía, está organizado en tres grandes bloques, que son los espacios públicos, las salas de exposiciones temporales y toda la magnífica área de exposiciones permanentes, que abarca 14 salas.  Hay otros espacios que permiten el funcionamiento, restauración y archivos, que no están abiertos al público.  Parece pequeño, pero es en realidad un gran museo.

Sus salas albergan el arte medieval español, arte del renacimiento, el manierismo, el naturalismo y una sala dedicada a Murillo y la escuela barroca sevillana.  Ofrece, bajo unos artesonados impresionantes, muestras de las obras de Murillo y sus discípulos, así como de Juan de Valdés Leal, pintura barroca europea, cuadros de Francisco de Zurbarán y las pinturas sevillanas que se dieron en los siglos XVIII, XIX y XX.  Del siglo pasado también se incluyen obras de otros pintores españoles.

Las dimensiones de las pinturas, en general, son gigantescas y muy elaboradas.  Siendo en su mayoría arte religioso, repasan casi todo el santoral español, que es muy vasto.

CELEBRANDO A MURILLO

     A fines del año pasado Sevilla declaró abierto el “Año Murillo”, en conmemoración del IV centenario de su nacimiento.  Un símbolo del barroco universal y orgulloso hijo de la capital hispalense, Bartolomé Esteban Murillo será celebrado durante 16 meses seguidos, que destacan la obra del maestro del siglo XVIII.  Habrá conciertos, itinerarios turísticos y culturales, gastronomía, ponencias, toda una recreación.

Las exposiciones que conforman esta celebración serán ocho y la primera es, precisamente, la titulada “Murillo y los Capuchinos de Sevilla”, que se exhibe en el Museo de Bellas Artes.  En ella pude ver casi toda la serie completa que el artista realizó para los conventos de Santa Justa y Santa Rufina de los Franciscanos Capuchinos, con obras de los fondos de la pinacoteca sevillana, así como de otras instituciones.  Una de las más destacadas es “El jubileo de la Porciúncula”, que era el lienzo central del retablo mayor del convento y considerada una de las obras cumbres del maestro.

Seguirán otras actividades, una muy interesante que es “Tras los pasos de Murillo”, que recorre varios espacios emblemáticos que muestran unas 50 pinturas del maestro, que inicia con la Casa de Murillo, pasa al Palacio Arzobispal, la exposición del artista en la Catedral de Sevilla, en el Alcázar, el Archivo de Indias, el Hospital de la Caridad y el de los Venerables.  También se han organizado exposiciones de artistas contemporáneos en homenaje a Murillo, en la Facultad de Bellas Artes y la muestra “Los Neve, Mercaderes, hidalgos y mecenas en la época de Murillo”, que está en el Archivo General.

Como en Sevilla el mayor atractivo es su oferta cultural, las empresas turísticas organizaron el programa “Murillo en Sevilla”, que contempla un amplio número de actividades para esta celebración, con visitas teatralizadas, obras nocturnas, talleres, rutas gastronómicas…

Bartolomé Esteban Murillo fue uno de los hijos más gloriosos de Sevilla.  Nació en 1617 y falleció en 1682 en su ciudad natal.  En el año de 1864 se le erigió un monumento, que según Paul Lafond, historiador de arte francés, Sevilla no tenía necesidad de hacerlo porque toda la ciudad le pertenece, ya que la llena por completo con su obra.

Su pintura es muy característica de la apacible capital andaluza.  Las mozas de aire voluptuoso y largas pestañas que uno ve en las calles parecen escapadas de algunos de sus lienzos y, al fin y al cabo, fueron las modelos que utilizó para pintar sus obras.  De casi todos los artistas españoles de su generación, Murillo es el que quizás ha sido más admirado, posiblemente porque se le puede comprender y penetrar en su obra. Después de él y precedido por Velásquez, Ribera y Zurbarán, vino la decadencia.  Si vamos a comparar, posiblemente la pintura de Murillo no tiene la pujanza de Velásquez o la firmeza de Ribera, ni la serenidad de Zurbarán, pero posee un hechizo único, una ligereza excepcional, una suavidad de ejecución que resultan inefables.  Es el pintor de las almas tiernas, soñadoras, acariciantes y sentimentales.

Para Lafond, “su pintura es el espejo del alma nacional y refleja su pensamiento y el ideal de la raza.  Es el andaluz típico, el hijo de esa Andalucía morisca, exaltada y desfalleciente.  Su obra, hecha de gracia y dulzura, se resume en un triunfal himno de amor”.