Domingo 19 de abril de 2015
«Retorna un mes que ha probado ser nefasto para la literatura. El año pasado murió ‘Gabo’; días atrás fallecieron Eduardo Galeano y Günter Grass.»
El pasado 17 de abril se cumplió un año de la muerte de Gabriel García Márquez, el Premio Nobel de Literatura que inmortalizó a Macondo en Cien Años de Soledad . Su fallecimiento, que no digamos era esperado porque aunque sea lo único seguro que tenemos en vida, fue una consecuencia de su avanzada edad y hasta cierto punto, de la pérdida de una de las facultades más prodigiosas que tenía: la memoria. Memoria para narrar lo que le contaba su abuelo en su pueblo natal de Aracataca, en el Caribe colombiano.
El domingo pasado el canal Discovery presentó un estupendo documental de una hora, de factura impecable, producido por un inglés, Justin Webster y con los testimonios invaluables de Jon Lee Anderson, su biógrafo Gerald Martin, su editora Carmen Balcells, el presidente Clinton -que no pudo parar de leer el libro cuando cayó en sus manos-, escenas de la visita que hizo Ted Turner, magnate de la cadena CNN (y ex marido de Jane Fonda) a Cuba, donde se ve a un joven y jovial Fidel Castro al lado del Gabo, y narrada cálidamente por Juan Gabriel Vásquez, joven escritor paisano del Nobel, nos hizo recordar que aunque muera el autor, sus palabras escritas, inmortalizadas en los libros publicados, son una constante referencia para todos los que quedamos en este mundo.
Y pareciera que el mes de abril se ensaña con los escritores, y los muy queridos especialmente, aunque el resto de los 364 días que quedan en el año también mueren otros. El pasado lunes 13 de abril amanecimos con la infausta noticia de la partida precipitada del escritor uruguayo Eduardo Galeano, ése que hace 44 años nos abriera las venas mostrándonos una América Latina nada equitativa e injusta, y que fuera un periodista feroz, poeta irremplazable y ensayista lúcido, al punto que hace un año confesó que hoy día no hubiera escrito ese manifiesto –aunque las condiciones poco han cambiado, especialmente para esos millones de niños que aún están en el centro de la pobreza– porque no estaba suficientemente preparado en temas de economía y política. Precipitada porque no llegaba a los tres cuartos de siglo (74 años) y tenía mucho que escribir y mucho que denunciar.
Ese mismo día se conocía que Günter Grass, el escritor alemán que ganó el premio Nobel de Literatura y el Príncipe de Asturias el mismo año, 1999, también había muerto. Uno se pregunta, qué ha pasado en el mes de abril, que en vez de que nos lo hayan robado, (como dice la canción) nos lleva a los grandes escritores.
ENTRE EL FÚTBOL Y LA ENSAYÍSTICA
Eduardo Galeano fue un escritor y periodista prolífico y, como buen uruguayo, hincha del fútbol. Era un intelectual y pensador de una estatura inmensa que rebasaba las ideologías y las posturas políticas, con cierta ternura y romanticismo, aunque sus críticas eran lapidarias y punzantes. No conocía de términos medios. Se definía a sí mismo como un escritor que hubiera querido contribuir a la memoria secuestrada de toda América, pero sobre todo de América Latina, tierra despreciada y entrañable. Fue la voz de los ‘nadies’, aquellos que son los hijos de nadie, los dueños de nada, esos que cuestan menos que las balas que los mata.
Era un hombre honesto y valiente, hasta en su auto-crítica. No era complaciente con nadie, e irritaba tanto a reaccionarios como a progresistas, (derechistas e izquierdistas, si todavía se puede hablar de ideologías). Era objetivo a rabiar y sus análisis lograron colocarlo como el gran cronista de América Latina, sin ataduras políticas pero sí profundamente humanísticas. Aun cuando su pluma era punzante, un dejo de ternura inundaba a los que nos volvimos adictos a la lectura de sus obras, porque no escatimaba en la descripción de injusticias y corrupciones, muy alejado del estilo panfletario que tanto molesta a los que se sirven del nacionalismo para sus propios intereses.
Su prosa y sus poesías, leídas y releídas por intelectuales y simples mortales, enaltecida por canciones de Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Calle 13 y otros, también cayó en manos del Presidente Obama, a quien le fue regalado un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina en el 2009 por el difunto Hugo Chávez.
Todos los que le han cantado a nuestra América han encontrado una referencia oportuna y sin aspaviento de la búsqueda constante de los habitantes de este continente, que a veces estamos iluminados y enredados, ‘tratando de hallarle sentido a una existencia cuya explicación solo dependerá de nuestros actos y resultados’, escribió como hermoso obituario Rubén Blades el día de su fallecimiento.
Vino muchas veces a Panamá, donde forjó amistad profunda con intelectuales como Pedro Rivera, Manuel Orestes Nieto, Jorge Ledezma, entre otros. Pero se nos negó la oportunidad de verlo en la Feria del libro de 2010, cuando Uruguay fue país invitado, porque el embajador de ese país aquí, quizá por ese prurito ideológico que todavía persiste, se negó a que fuera invitado de honor en dicha cita cultural.
Ahora, ya solamente nos quedarán sus palabras y la búsqueda de ese ideal que él quería para los ‘nadies’, el anhelo de asomarse desde el ojo de una cerradura para revelar la grandeza de lo que parece insignificante y denunciar la mezquindad de lo que parece grande.