PATRULLA ORTOGRÁFICA Y ÉTICA
Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 26 de mayo de 2019
Uno de los retos más grandes que enfrenta la sociedad panameña, independientemente de las simpatías políticas que tenga, es corregir el rumbo de la educación y cortesía que impera entre nosotros. Leemos con alarma que los estudiantes están fracasando en materias tan básicas como comprensión, lectura y matemáticas, y gracias a las redes sociales, que según Umberto Eco “le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas», con horribles faltas de ortografía, hay millones de mensajes que ofenden por los horrores gramaticales que llevan.
Debido a que la educación desde el hogar se ha relajado a punto de dejarla en manos de dispositivos móviles (tabletas, teléfonos, etc.) nuestros jóvenes llegan maleados a la escuela. El profesor tiene que enfrentar un verdadero reto, el de corregir en los exámenes escritos las faltas ortográficas. Si la materia está relacionada, es obligatorio hacerlo, pero yo soy de la teoría (y la práctica) de corregir, aunque sea un examen de matemáticas, si viene con faltas de ortografía.
En el mundo actual, donde los programas de computadora y los teléfonos inteligentes tienen correctores automáticos, son inaceptables las faltas ortográficas. Muchos se escudan en la inmediatez del mensaje (los hinchas del WhatsApp), pero no tardaría nada el revisar el mensaje antes de enviarlo, para que vaya con una “s” en vez de una “z”.
Igual importancia tienen las personas que salen en televisión o hablan en la radio. Una conjunción del verbo “haber” es catastrófica si se dice “hubieron” o “haiga”, y sé que los conductores de programas no se atreven a corregir a su interlocutor, pero se debe hacer, es por el bien de los demás y del que habla y escucha. De igual forma, se ve con frecuencia el “ha hecho” con “a hecho”.
Los redactores de los cintillos de las televisoras a veces tienen sus errores garrafales y qué decir de los titulares en los medios impresos. Hay que ser muy cuidadoso con lo que se publica porque solamente el que lee puede escribir bien, y, en consecuencia, expresarse bien. Y aprender con ejemplos. Hemos visto recientemente renuncias a altos puestos o declinaciones de designaciones, donde la redacción, viniendo de ministros y embajadores da pena.
En España se desató hace poco un debate en torno a si el profesor universitario debe corregir a los alumnos por faltas ortográficas, así como en redacción y sintaxis. Y las conclusiones han sido contundentes: “si se fuera estricto mucha gente no aprobaría los exámenes. Los niveles de exigencia han bajado mucho”.
Si eso pasa en España, cuna de la lengua española, qué podemos esperar en Panamá, tan influenciada por los gringos y con niveles de educación tan bajos que hasta una exministra de Educación se dio el lujo de sacarnos de las pruebas PISA hace unos años. Ahora se conoce que nuestros estudiantes están fallando en asuntos básicos y, sobre todo, se está sacando de currículum las materias de literatura y lógica, fundamentales para pensar ordenadamente y expresarse con cordura.
El respeto y la cortesía están cada día más ausentes. No se respeta el derecho ajeno que, según Benito Juárez, “es la paz”: el peatón no está ni protegido en los pasos peatonales, uno pone la luz direccional para tomar a la derecha y por ese lado lo rebasa un auto o una moto, con pena y sin gloria. Vivimos en una delirante carrera por cada día ser más chabacanos y menos cultos, como si cultura fuera el recitar poesía o saber de pintura clásica. Cultura es comportarse como debe un ciudadano, con cortesía y respeto.
Otra falta de respeto es la impuntualidad. Si bien el tráfico diario hace difícil que uno llegue puntual a una cita (aunque algunos se escudan en ese imponderable para llegar tarde) los panameños debemos desvirtuar eso de “la hora panameña”. Me dolió mucho leer que el nuevo embajador de Chile expresó en una entrevista que lo que no le gustaba de los panameños era la impuntualidad. Seguramente lo dice porque el presidente saliente ha marcado récords en llegar tarde a todos lados, haciendo esperar a muchas personas, bajo un sol inclemente o un calor insoportable. La puntualidad no es otra cosa que el respeto por el tiempo de los demás. Así de sencillo.
Los malos ejemplos del preso del Renacer, el expresidente Martinelli, que pensaba que era gracioso presentarse a un programa de televisión y decir que él no se había robado “un fucking real” (cuando se robó el país de esta generación y de la próxima) han influido más en la juventud, que considera obsoleto que los viejos exijamos que se hable y se escriba correctamente. Pero ser coherentes en la forma de comunicarse y escribir bien no va a pasar nunca de moda. Si no lo creen, lean los libros que se publican, que no tienen chabacanerías ni horrores ortográficos. Hay que buscar la excelencia en todo.