Leí hace un par de semanas al periodista mexicano Jorge Ramos relatando su intento de desconectarse del correo electrónico, del BlackBerry o celular, de los demás “gadgets” durante unas vacaciones familiares. Es apenas un relato de lo que nos puede llevar a hacer la tecnología, sin la que no podemos vivir, pero que no nos deja vivir. Dice el periodista de Univisión que fracasó en su intento, y que ahora necesita unas vacaciones de sus vacaciones. Sus incursiones por el Facebook, el Twitter, el messenger, el Outlook y el chateo no le dejaron disfrutar de la Riviera Mexicana. Y es que de verdad, todos estos aparatos y permanente conexión están haciendo que, a pesar de estar cada día más cerca, nos alejemos más.
Yo estaba feliz hace poco, porque en un descuido se me quedó mi teléfono celular descansando en una hamaca en Coronado. Creí que estaría totalmente en paz —y de verdad que casi que lo estuve— sin esa extensión forzosa que tenemos hoy día, gracias a la privatización de las telecomunicaciones, que llegó el momento en que me sentí no como en otro sitio, sino en otro planeta. Eché mano de un celular prepago para por lo menos estar pendiente de mis más allegados, pero lo peor fue que no sabía cómo ingresar una tarjeta, no tenía los teléfonos (ya nadie se los aprende de memoria) y peor aún, al maldito aparato no le entraban las llamadas, así que a pesar de que envié a mi círculo íntimo un mensaje electrónico avisándoles la discapacidad tecnológica temporal que estaba sufriendo y dándoles el número donde me podían llamar, no pasó nada, nadie me podía conseguir.
Lo malo cuando te llaman es que la cortesía se ha perdido a tal punto que el interlocutor arranca a hablarte —más cuando te llaman de los “ call centers ” con acento extranjero— sin siquiera preguntarte si te está interrumpiendo o si tienes tiempo para escuchar su perorata.
Así las cosas, anduve navegando cuatro días, como diría García Márquez, feliz e indocumentada, sin celular que me perturbara. Pero otras dependencias tecnológicas te marchitan la tranquilidad que puedas estar disfrutando en determinado momento: los cambios o mejoras en los programas de computadoras son apenas un atisbo por el cual asomarse. No terminas de dominar uno que ya salió una versión mejor y vuelve a empezar, a aprender todo de nuevo. Si contabilizamos el tiempo que invertimos en dominar el lenguaje tecnológico, nos daremos cuenta de que hemos dejado de disfrutar con la familia —como le pasó a Jorge Ramos—, de leer un libro, ver una película o siquiera estar atentos a un debate en el que participamos. Si no me creen miren los programas en vivo, no hay quien se despegue de su BlackBerry. Y en las fotos de los diputados siempre hay uno que tiene clavadas las gafas concentrado en su mini pantalla. Como en los tiempos de antes, que era casi un estatus posar para una foto colgado de un bejuco telefónico.
Opinión, 13 de Septiembre de 2009, La Estrella de Panamá
Cuando tomamos vacaciones debemos prescindir de conectarnos, para que podamos gozar de las mismas. Recientemente me fui a New York a encontrarme con mi hermana y a pesar de estar en una ciudad tan cosmopolita y fanática de las estrellas de cine, no nos enteramos sino dos días después de que Michael Jackson había muerto (y nos habíamos encontrado hasta con Batman frente a la Biblioteca Nacional, hablando de MJ). Por la insistencia de las noticias, especialmente de CNN y Larry King, dedujimos que el tipo había pasado a mejor vida. Tratamos, por todos los medios, de no estar presos de la tecnología. No es fácil, pero se puede.