En estos días de euforia consumista, donde nos sentimos en la obligación de homenajear a nuestros padres, hayan sido estos malos o buenos, me entra mucha nostalgia por la dicha que tuve al tener un papá como el que tuve, y que partió después de mucho sufrimiento en esta vida, para nutrirnos a
diario con sus bendiciones.
Mi padre fue un hombre enfermo con una salud de hierro, o al revés. Estuvo en silla de ruedas más de 10 años y usando oxígeno, pasó las de Caín con todos los males que atravesó, llegando a decir que cuando entraba a un hospital, los únicos que no lo atendían eran los ginecólogos, los pediatras
y los siquiatras. Mi amiga Rosa María Britton se encargó de desvirtuar aquello de los ginecólogos yendo a revisarlo personalmente una de las tantas veces que estuvo hospitalizado en el Centro Médico Paitilla.
Le dio de todo, hasta cáncer en la piel. Infarto, embolia, problemas respiratorios, solamente hay que mencionar qué hay en el glosario de enfermedades y él las tuvo. En 1988, en plena crisis, le quitaron un pulmón por un cáncer que tenía en el timo, lo que le produjo una gran deficiencia respiratoria en el pulmón que le quedó. Lo más inverosímil del caso es que nunca fumó ni toleró que nadie le fumara al lado.
Siempre tuvo una actitud positiva en la vida, capeando los temporales con tan buen humor que nadie creería todas las dolencias que le puso Dios en su camino. Fue equitativo, justo, tenaz y sobre todo, cariñoso con sus hijos y nietos. Para mi hija es la figura paternal de la que careció y para todos
nosotros, sus hijos y nietos, además de mi madre, su ausencia es un gran vacío que no se puede llenar sino por sus buenos recuerdos.
Los médicos le consideraban un fenómeno. Mel Fábrega, Rosendo González, Jorge Sinclair y muchos más que lo atendieron aquí y en Estados Unidos, otros muchos profesionales de la medicina. Las asistentes médicas del Centro Médico Paitilla y los auxiliares siempre se acuerdan de él, de su buen
humor, de su afabilidad. Ojalá alguno de nosotros, sus hijos y nietos, nos pareciéramos a él aunque fuera un poquito.
He escrito mucho sobre él, de cuando estuvo muy enfermo, de cuando casi se muere y de cuando finalmente partió. Fue una lección de tenacidad y estoicismo ante los avatares de la vida. Y un ejemplo a seguir, con el espíritu en alto y enseñando con el ejemplo. Mi madre, que lo cuidó con
dedicación y amor hasta el último día de su vida es hoy el centro de atención de la familia y le queremos dar a ella todo lo que le dimos a mi padre.
Por eso en este Día del Padre, no quiero dejar de recordarlo, por su buen humor, su positivismo, su apoyo incondicional a todo lo que hiciéramos sus hijos y nietos y sobre todo, por habernos enseñado el camino correcto a seguir en la vida. Feliz día papá, que Dios te tenga en su gloria.