Riesgos morales
MARIELA SAGEL*
La Estrella de Panamá, 5 de Junio de 2011
Este oficio de ser columnista tiene sus riesgos, no solo que no te lean porque les caes mal, sino que si te vuelves monotemático, te encasillan rápidamente y te leen en diagonal, o sea, a medias. Pero como todo en la vida, vivir se trata de tomar riesgos. La semana pasada una señora apellido Juárez, a quien no conozco (Marianela) me escribió, para quejarse que los afectos al PRD siempre criticábamos al gobierno de turno y no lo hacíamos cuando estábamos en gobierno.
Debido a que la señora en ningún momento fue ofensiva conmigo en particular —aunque sí arremetió contra al programa de Domplín—, le contesté en dos ocasiones, explicándole que a mí, al igual que a ella, me interesa que este gobierno en particular tenga un buen desempeño, porque si al país le va bien, a todos nos va bien. Y si mis artículos se dirigen a criticar, no es para hacerlo por gusto, sino para señalar aquello que tiene que ser corregido. Trato, en lo posible, de estar bien documentada, y no critico por gusto ni me meto con temas escabrosos o pecaminosos —de los cuales tengo mucha información—, porque caería en lo folletinesco.
El asunto no es que los que no estemos cercanos al poder en determinado momento nos dediquemos a criticar por criticar. No tuve ningún vínculo con el gobierno de Martín Torrijos, aunque hice campaña por él. Mis escritos siempre han sido puntuales, para enaltecer, señalar o criticar y no le tengo tirria a nadie, como la paquinera de La Prensa, que no hay manera que diga algo objetivo de lo que pasa en la capital del imperio, que si le huele a PRD monta en cólera. Cuando fui invitada a formar parte del gabinete del Dr. Ernesto Pérez Balladares no era ni miembro de su partido, y escribía algunas veces en contra de las políticas que inició. Se debería revisar un poco más los antecedentes de los que escribimos, antes que se lancen a escribirnos insultos.
Pero los riesgos morales que nos corremos son aún más riesgosos que la posible censura que puedan recibir algunos artículos de opinión o el bloqueo que, por ejemplo, tenemos algunos columnistas en aquellos diarios que se creen los dueños de la verdad o que son propiedad de los que hoy ostentan el poder. Estuve esta semana en la charla magistral de la periodista chilena Mónica González y me alineo entre los que nos comprometemos a hablar con la verdad, que es la de decirla sin photoshop, romper la barrera del silencio e invertir en dignidad ciudadana y responsabilidad social, pero no de código de barra, como lo hacen casi todos, como una herramienta de marketing.
Toda la atención se ha centrado en si es constitucional o no la segunda vuelta, faltando tres años para las elecciones nacionales, y como bien dijo el presidente en una entrevista, pareciera que no hubiera otras noticias, nada más que las políticas. El tema es de manipulación, desviar la atención hacia confrontaciones entre partidos, saliendo sus más conspicuos representantes a pelearse en público —inclusive a destituir a un mal político y peor escritor—, lo que permite que en el ínterin nos metan los contratos, los estudios de impacto ambiental y las órdenes de proceder de esos proyectos que, tanto moralmente como financieramente, no le convienen al país.
Riesgos morales son los que se están tomando a diario los que deciden que se van a hacer las contrataciones directas, sin licitaciones, los que prefieren arriesgar al país con contratos llave en mano, con acciones que van a violar las leyes patrimoniales y peor aún, los que por satisfacer egos van a destruir los íconos que nos identifican como nación, como es el barrio de La Exposición o peor aún, el Hospital Santo Tomás, lo que se conoce como el Hospital del Pueblo. Riesgos morales todavía peores los asumen las instituciones financieras que financian estos proyectos faraónicos y deberán pagar por esos deslices.
Y en respuesta a la señora Juárez, que por qué defendía a los quemados si eran unos maleantes, mi respuesta es sencilla: como ex ministra sé que esos muchachos estaban bajo la patria potestad del Estado, y en consecuencia, éste ha debido hacerle frente a esta masacre, hayan sido delincuentes o no. Es moralmente una obligación.