TODAS LAS FAMILIAS FELICES
Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 19 de julio de 2020
El escritor ruso León Tolstoi, autor de la célebre novela Anna Karenina, sentenció en esa obra que “todas las familias felices se asemejan, cada familia infeliz lo es a su manera”. Con esta frase empieza el libro que lleva el título de este artículo, del famoso escritor mexicano nacido en Panamá, Carlos Fuentes, que falleció en 2012.
Sobre el término familia hay legajos que la definen, desde el punto de vista sociológico, religioso, legal y en muchos otros aspectos. En resumen, es un grupo de personas formado por una pareja (normalmente unida por lazos legales o religiosos), que convive y tiene un proyecto de vida en común, y sus hijos, cuando los tienen. Para los que somos padres, la mayor responsabilidad es darles ejemplos y en lo posible, educación que les permita triunfar en la vida. Cuando lo hacemos bien (ninguno viene con un manual de cómo hacerlo, aunque lo que se aprende de nuestros antepasados es esencial como ejemplo), la mayor satisfacción es que nuestros hijos triunfen, tanto en el campo laboral como en su vida sentimental. No creo que haya más felicidad que verlos realizados en sus carreras, con sus parejas, con sus hijos, dentro de lo correcto y siendo ciudadanos honestos.
Esta semana que pasó seguimos la saga de los hijos del expresidente Martinelli, que ya tiene lo suyo a cuestas por habérsele revuelto uno de los tantos casos que tiene pendiente con la justicia panameña, y entre amenazas y soponcios, que no le dieron cuando estuvo preso en Estados Unidos, siguió amedrentando a todo el mundo, muy apegado a su estilo de “sigo siendo el rey”, como bien lo describió Berzaida Guerra en la revista El Periódico, en un artículo titulado “Con dinero y sin dinero”. Los dos muchachos fueron apresados en Guatemala, cuando iban a tomar un “vuelo humanitario” que los traería a Panamá. Habían volado desde el lugar donde se escondían desde hace años, en Florida, con fianzas millonarias, a El Salvador, y de allí se fueron al vecino país por vía terrestre.
Todo este escenario es digno de un guion para Netflix, pero para uno bueno, no como la basura de “La lavandería” que abordó el caso Panamá Papers, desperdiciando a un actorazo como Antonio Banderas en personificar al tristemente célebre Fonseca (el que quería trascender ganando un Nobel de Literatura).
Empezaron, como siempre, a prevalecer el morbo y la desinformación en torno al caso y nadie supo explicar bien de qué iba la historia. Los chicos tenían pasaportes que fueron renovados por el consulado de Panamá en Miami y por ley, cualquier ciudadano en el extranjero, aunque no piense viajar, debe mantenerlo vigente. Es su forma de identificarse, y ambos lo hicieron en los meses de enero y febrero, cuando no se hablaba de Covid ni de vuelos humanitarios. Los salvoconductos se sacan solamente si el viaje es inminente y no puede esperar al trámite del pasaporte. Cabe señalar que ese documento es un derecho de todo ciudadano y, aunque se han dado casos como el de una de las hijas del ex general Noriega, a quien le negaron la renovación (y no estaba acusada de nada) por muchos años, si fuera el caso de que retornaran al país y tuvieran casos pendientes con la justicia, lo correcto sería avisar a las autoridades judiciales para que una vez aquí, procedieran a su detención. Hacer señalamientos de que hubo mal manejo o corrupción del cónsul de esa ciudad es una conclusión a la que llegaría cualquiera persona desconocedora de las leyes y prácticas diplomáticas, no un ex funcionario de cancillería.
En lo personal siento mucho lo que están pasando esos chicos, por ser madre y ponerme en el lugar de la suya, pero también me hago eco de lo que dice Carlos Fuentes en su libro “yo vengo de una familia en la que cada miembro dañaba de algún modo a los demás. Luego, arrepentido, cada uno se dañaba a sí mismo”. De qué le ha servido a la pareja Martinelli-Linares tantos millones si tienen una familia fallida, los hijos cómplices de los trapicheos del padre. Igual que pasó con los narcotraficantes Escobar Gaviria y Rodríguez Gacha, los hijos aprendieron de las malas prácticas, de la forma de comportarse de su padre (quiero eximir aquí a la madre, con dudas razonables). Seguramente para pagar abogados, para hacer fiestas estrafalarias, pagar fianzas millonarias y comprar fallos. Pero dudo que sean felices y mucho menos de que tengan las conciencias tranquilas. Bien lo describió Iván Cepeda, el senador colombiano, defensor de los derechos humanos, en su libro “Álvaro Uribe y la derecha transnacional”, donde explica con lujo de detalles la conexión Uribe-Martinelli y el dueño de la empresa que construyó la hidroeléctrica de Barro Blanco, que tantos quebraderos de cabeza ha ocasionado al país y a los habitantes del área. Allí se muestra que, tanto los hijos de Uribe, como los de Martinelli, eran unos fieles ejecutores de las trapisondas de sus padres.