MARIELA SAGEL
La Estrella de Panamá, 11 de diciembre de 2011
El pasado 7 de diciembre, en el auditorio de una de las instituciones que ayudó a forjar, se le rindió un homenaje al apreciado amigo José Félix Llopis, que falleció en la ciudad donde nació, Madrid, a mediados del mes pasado. Pepe Llopis era un español que de muy joven, por las coyunturas de la historia, se refugió con su familia en París, donde se educó. En su biografía, publicada el año pasado, relata que su eterna y siempre presente compañera era la violencia: siempre que se establecía en una ciudad o un país, se cernían sobre él vientos violentos que cambiaban las circunstancias de su vida.
Sirvió de cuasi espía durante la guerra mundial y fue parte de la resistencia francesa. Después se fue a Venezuela, donde se había radicado parte de su familia. Siendo periodista para la agencia francesa de noticias, tuvo la oportunidad de abrir los negocios de Christian Dior, no solo para ese país sino para América Latina. Cuando se le ocurrió la idea de establecer en América un centro de distribución para los productos de esa casa de modas y perfumería, lo hizo en Matanzas, Cuba, y al poco tiempo triunfó Fidel Castro y se tuvo que mudar en forma apresurada. Sin embargo, siguió yendo a Cuba y mantuvo vínculos con los comandantes e incluso, tuvo una larga plática con el Che Guevara sobre un tema que los unía: la medicina, que el revolucionario practicaba al igual que el padre de José Félix.
Se establece entonces en Colón, pero no le convence vivir en esa ciudad del Atlántico, por lo que vive en México, entregándose allí a una pasión que es poco conocida, la de la charrería. Hace grandes amigos con los que participa en cabalgatas y actividades relacionadas. Tantos desplazamientos lo llevan a establecerse en Panamá y aquí encuentra lo que sería su gran proyecto, pero no final, porque a sus 83 años, cuando murió, seguía con los planes y el entusiasmo de un joven de 20: la isla Contadora, donde se construyó una casa que se conoce como la Casa Dior.
Pepe Llopis era un embajador permanente de Panamá donde fuera y anfitrión de personalidades mundiales de todas las tendencias. Otra de sus aficiones, los habanos o puros, también le motivaron a montar una fábrica en La Pintada, que llegó a competir entre los mejores en los mercados mundiales.
Apasionado a las molas, a coleccionar obras de arte, tanto colonial como de pintores famosos latinoamericanos, no titubeaba en emprender nuevas empresas. El homenaje que se le hizo en el Museo del Canal fue organizado por las embajadas de Francia y España, además de ese importante centro, con el cual tenía agresivos planes para futuras muestras. Casi todos sus sobrinos viajaron a Panamá para esa emotiva ocasión y también una persona que fue muy querida en Panamá y que en lo personal, instrumental para la cooperación entre nuestro país y España, el embajador Manuel Lorenzo. Él tuvo palabras muy elocuentes para describir a José Félix, lo que también hizo el Dr. Morgan, presidente del Museo, sus familiares y los embajadores anfitriones. Pero la que se lució esa noche fue la directora del Museo, Ángeles Ramos, que de una manera muy íntima recreó la larga amistad que los unía a ella y su marido con Pepe y cómo Dios le permitió asistir a su sepelio en Madrid.
Pepe era una persona suave, que no se imponía, dijeron muchos y lo reitero, que llegaba como una marea, de a poco. Así mismo hemos ido asumiendo su prematura partida, sintiendo siempre que su legado inmenso nos ha quedado con la fuerza que le dio su incansable espíritu de amante del arte, de los vinos y de los puros. Y también de Panamá, donde, por su voluntad, pidió que se esparcieran sus cenizas.