08-16-2009 | MARIELA SAGEL*
Leí hace unas semanas opiniones desfasadas sobre el uso que se le debe dar al edificio que albergaba las oficinas principales de la Embajada de los Estados Unidos, en la Avenida Balboa, que ahora tiene enfrente el recién estrenado proyecto vial de la Cinta Costera. Y digo desfasadas, porque a estas alturas, después de haber gozado de casi 20 años de democracia libre y soberanía plena, es ofensivo que aún persistan ideas de dedicar “monumentos” al gobierno militar que nos rigió por casi el mismo tiempo.
El inmueble en cuestión debería ser integrado al conjunto monumental que constituye el barrio de Bella Vista. Puede ser habilitado como destino de los Archivos Nacionales o, mejor aún, complemento del vecino Hospital Santo Tomás. Igualmente podría ser sede de un museo de historia, que tanta falta nos hace y cuya actual estructura está en deplorable estado. Eso sí, de dedicarse al ámbito museológico, deberá contar con un respaldo financiero, para que sea tan exitoso como lo son el Museo del Canal, Explora, Panamá Viejo o la Biblioteca Nacional, que son manejados por fundaciones.
Pero dedicarlo a un Museo de la Dictadura, no solo lo encuentro aberrante, sino masoquista. En todo caso, debería incluir los miles de víctimas de la invasión, un acto tan perverso como muchos de los que cometió el gobierno militar. No voy a entrar en las justificaciones de “Just Cause” , porque siempre he sostenido que no debió recibir tal nombre, sino “Just Because”. Cuando se destruyó el Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa, precisamente por la invasión, y se pensó dedicar ese espacio a un parque, escribí en un artículo de opinión que esa estructura, de una magnífico estilo “art deco” , debió haberse destinado para instalar allí, con gran contenido simbólico, la Corte Suprema, como incentivo al desarrollo urbanístico que se debía promover en el área. Se siguió la tirria y los resultados son que hoy día el mentado parque está desolado y en medio de un barrio que sigue estando marginado, “just because”. En vez de eso, la Corte Suprema está frente a la morgue, en un incómodo y estrecho laberinto de calles y veredas en las faldas del Cerro Ancón. Muy diferente hubiera sido si se hubiera conservado el edificio sede de los militares.
Quienes claman por el destino de esa estructura para un museo de la dictadura lo hacen desde un cómodo ordenador en alguna capital exótica (desde donde se ubican como Catones); que se creen dueños de los sentimientos de los panameños, y se empeñan en impedir que las llagas formen costras, las que, en su tiempo libre, se encargan de arrancar. Algunos de estos Catones, con binoculares, lejos de las garras del dictador, no expusieron el pellejo, pero se vistieron, y siguen vestidos, de sufrientes de la Patria. Es obligación no olvidar los días aciagos que ha vivido el país. Pero, entonces, lo justo con la historia sería recordarlo todo. No recordarla a conveniencia. Habría, por tanto, que recordar el aniquilamiento que sufrió la población indígena durante la Conquista Española; las víctimas caídas cuando se daban los golpes de Estado y los excesos que no corresponden totalmente a los 21 años de gobierno militar.
Lo acontecido durante la dictadura ha sido recogido ampliamente en libros, por los medios de comunicación masiva, con actos conmemorativos y esculturas. Lo que nos hace falta recordar, además de lo aciago, es que también un pueblo debe nutrirse con cultura, (museos, galerías de arte, archivos, con políticas culturales de Estado), tan olvidados en Panamá.
La memoria histórica no debe ser selectiva. Eso señalaba precisamente el viceministro de Gobierno actual en un programa de televisión, defendiendo la propuesta de Ley No. 28 sobre las comunicaciones electrónicas. Además de no ser selectivos, debemos ser coherentes. Y preparémonos esta semana para disfrutar de la Feria del Libro, así que: todos a leer.