MARIELA SAGEL
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La muerte no debería sorprendernos, ya que es lo único seguro que tenemos en la vida. Pero cuando se va una figura icónica, como fue Manuel Chong Neto en Panamá, hace unas semanas, y apenas el lunes 7 de junio Omar Rayo, en Colombia, siempre nos deja una sensación de vacío.
Omar Rayo era un pintor, escultor y grabador colombiano cuya obra es emblemática de la geometría abstraccionista. Oriundo de Roldanillo, una pequeña comunidad de apenas 70 mil habitantes, localizada en el Valle del Cauca, al pie de la cordillera Occidental, tomó un curso de dibujo por correspondencia a la temprana edad de 16 años de una academia argentina y al año siguiente, ya graduado, se fue a vivir a Cali donde se ganó la vida haciendo caricaturas e ilustrando periódicos locales. La academia de bellas artes caleña no pudo enseñarle nada que él no supiera.
Su siguiente paso fue la capital colombiana, donde conoció a muchos intelectuales que lo apoyaron, entre ellos el gran amigo de Gabriel García Márquez y también escritor y mecenas, Álvaro Mutis. De esa época es lo que se le conoce como ‘maderismo’ y que son retratos de los bohemios asiduos a un café de moda y también otra patente llamada ‘bejuquismo’, creaciones de figuras artísticas hechas con bejucos.
Trabajó como caricaturista en casi todos los diarios de Bogotá y luego empieza un largo peregrinaje por Sur América, donde convive con las culturas indígenas que lo van llevando hacia la geometría que distinguió su obra posterior. Obtiene una beca para estudiar grabado en México y de allí logra la Guggenheim que lo traslada a residir en Nueva York y le permite catapultarse a la fama.
Era una especie de Omar Shariff pero más alto, con un porte muy elegante y una forma cautivadora de ser. En 1981 abrió las puertas al público el Museo Rayo de Grabado y Dibujo Latinoamericano, una obra de arquitectura tan avanzada que parecía que hubiera aterrizado un platillo volador en la mitad de Roldanillo.
Me tocó asistir a la inauguración de su museo y compenetrarme con el avanzado concepto que el arquitecto mexicano Leopoldo Gout incorporó al mismo y luego regresé, siempre hospedándome en la acogedora casa del Maestro Rayo y su esposa, la poetisa Águeda Pizarro. En ese museo varios fueron los panameños que tomaron cursos de grabado e hicieron trabajos valiosos que hoy muchos coleccionistas cuelgan orgullosos de sus paredes.
A Omar Rayo no se le puede catalogar de artista abstraccionista, su obra es puramente geométrica, lineal, precisa, con cuadros, rectángulos y líneas en zigzag. Sus conceptos unían los dibujos ancestrales con la imprecisión del futuro. Sus grabados llamados intaglios se definen como un juego de impresión y de pliegues sobre papel mojado, con la finalidad de producir relieves. Una técnica aparentemente simple, pero sin duda innovadora en la que Rayo expuso toda su genialidad, su sutil finura y creatividad. Éstos, a diferencia de las obras geométricas, incorporaban elementos de la vida real.
En Panamá solamente recuerdo los intaglios que Mónica Kupfer hizo en su momento.
La importante crítica de arte Marta Traba, argentina de nacimiento que residió en Colombia, desde donde ejerció una crítica punzante e ingeniosa, y quien falleció junto a su esposo, el escritor y crítico literario uruguayo Angel Rama en un lamentable accidente aéreo ocurrido en 1983, dice de Omar Rayo en su libro ‘Arte en América Latina 1900-1980 que ‘abraza la experiencia óptica y la sigue de modo inalterable hasta el presente’. También se refirió a él de forma no tan elogiosa en una entrevista donde señala que ‘Rayo plantea un arte con una conducta singular, que viene del neoplasticismo de Piet Mondrian y del húngaro Vasarely, pero me parece demasiado analítico’.
La obra de Omar Rayo podría confundirse con las experiencias ópticas que le son privativas hasta ahora a los venezolanos Carlos Cruz Diez y Jesús Rafael Soto, pero su fidelidad a la geometría pura y simple lo distancia de ellos.
Pero Omar Rayo fue también un gran filántropo, además de famoso artista internacional, con más de 200 exposiciones en las principales capitales del mundo. Proveyó a su pueblo natal de un museo del primer mundo, donde hoy día se exponen allí más de dos mil cuadros y grabados de su producción, y más de quinientos de diferentes artistas latinoamericanos que hacen parte de su colección personal.
En ese majestuoso edificio modular en forma de pirámides truncadas funcionan también diferentes salones para exposiciones permanentes, itinerantes, una biblioteca y el taller de artes gráficas, además de un teatro con capacidad para 150 personas.
Su deceso y posterior entierro han sido lamentados por miles de personas, tanto los que los conocimos como los que de lejos lo admiraron. Roldanillo se vistió de luto el miércoles 9 de junio para despedir sus restos, con arrullos de las cantadoras y más de 2,000 asistentes. En ese mismo pueblo nació el padre de Omar Torrijos Herrera.