Voy a hacer un alto en las reflexiones de fin de año (me falta una) y posponer mis anhelos para este año que comienza, a fin de comentar un artículo aparecido en este diario, bajo la rúbrica del señor Leopoldo Santamaría. Ya hace más de un año fui invitada, de manera personal mediante una carta de los altos directivos de La Estrella a colaborar de manera permanente. Con gran entusiasmo emprendí la tarea, comprometiéndome a algo que no había hecho nunca: publicar una columna semanal. Mis colaboraciones, que datan desde 1981 en La Prensa, las enviaba cuando me visitaba la «musa», si es que eso existe. Igual escribí sobre pintura, sobre literatura, que sobre política y opinión, especialmente después de la vuelta de este país a la democracia.
Por insistencia e invitación de los antiguos y actuales directores de El Panamá América también envío artículos a ese diario. De mi experiencia con La Estrella puedo decir que ha sido la mejor. Cuando empecé trataba directamente con el señor Chéry y después de su retiro, trato con la Lic. Doris Hubbard-Castillo. Nunca, en estas 52 semanas o 52 artículos, se me ha censurado, omitido u objetado ninguna opinión. Por el contrario, al reducírseme el espacio de 700 a 550 palabras, los intercambios con la editora siempre han sido sobre los excesos a los que soy propensa, porque tiendo a escribir largo.
Además de que sale publicada mi columna los domingos, la envío a todos mis innumerables contactos de mensajería electrónica, muchos de los cuales residen fuera y me hacen llegar sus comentarios.
Es por eso que me sorprende la aseveración del señor Santamaría, que al despedirse de su espacio semanal, señala que ha tenido constantes intromisiones por parte de los responsables de las páginas de opinión.
Lo más grave que veo en ese artículo, publicado el miércoles 31 de diciembre, es que hace entrever una censura de sesgo político, que no percibo en nada de lo que se publica en La Estrella , lo que no puedo decir de La Prensa , por ejemplo. De ese diario no solamente me han sacado de la lista de colaboradores por «órdenes superiores», sino que las mismas han llegado al colmo de desaparecerme hasta de las fotos sociales. Esas «órdenes superiores» tienen visos de homofílicos.
De los que formamos el Círculo de Columnistas de Panamá, en 1998, pocos han sido los sobrevivientes, especialmente en el que se dice «el diario libre». La mayoría eran personas de una imponderable superioridad para comunicar sus ideas y sus opiniones. Y todos y cada uno fueron invitados a retirarse.
Nunca he sentido, de parte de La Estrella , esa displicencia o presión que el autor Santamaría aduce haber tenido.
Por el contrario, sé del desvelo que la Lic. Hubbard-Castillo ha prodigado para que las páginas de opinión de un rotativo que empieza a repuntar sean de las mejores, y así lo percibe el público.
Si el señor de marras, de quien desconozco su inclinación política —si la tiene— ha sentido esa presión o si la ha esgrimido para abandonar un compromiso que es además, honroso, debo salir en defensa de la editora que todas las semanas me espera para que mande mis artículos y, además, me pelea para que los reduzca, llegando a veces en el «foto finish» de la rotativa por mi tendencia a pasarme del límite de palabras impuestas por el nuevo formato.