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EN LO QUE QUEDÓ LA TAZA DE ORO…

Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 14 de agosto de 2016

El 1o. de julio de 2014 el Presidente electo de Panamá, Juan Carlos Varela, realizó un acto inusual en una juramentación presidencial:  se trasladó a la ciudad de Colón para montar un escenario de esperanza para esa deprimida ciudad terminal del paso transístmico, desde un inmueble derruido llamado la casa Wilcox.  Han pasado casi 26 meses desde ese momento, en el que participaron entusiastas colonenses de los que muchos de sus coterráneos han esperado respuestas.  26 meses fue la cantidad de tiempo que el actual presidente estuvo conviviendo, viajando y celebrando la demencia del presidente anterior y ya empieza a aflorar el aprendizaje que no en vano tuvo y arremete contra sus críticos usando el mismo lenguaje soez y vulgar de su antecesor.

¿Pero qué ha pasado en Colón, la Taza de Oro que el premio Nobel John Steinbeck inmortalizó en su novela publicada en 1929, donde narra la aventura de Henry Morgan, elegido almirante por los bucaneros en 1666, que atravesó la estrecha cintura de nuestro istmo para robar la ciudad de Panamá y hacerse con un cuantioso botín?  ¿Se han cumplido las promesas hechas por #ElPuebloPrimero, que sirvió de eslogan para hacer que los votantes olvidaran que a veces el alumno supera al maestro?

La renovación de Colón aparenta avanzar pero con la intención de desalojar a los colonenses de sus vetustas viviendas y llevárselos para desarrollos parecidos a los edificados en Curundú, que a los dos años han ido mostrando la poca calidad con que se construyeron.  Ya en artículos anteriores había adelantado que todo indicaba que parte del plan avieso que está desarrollándose a nuestras espaldas es el de volver a crear una especie de Zona del Canal en la región interoceánica, olvidando al resto del país.

Es constante la queja de los directivos de Zona Libre en relación a la supuesta crisis que están enfrentando, pero no veo que se busque una solución que le haga una reingeniería verdadera, especialmente porque sus principales mercados, Colombia, Venezuela y Cuba, por una u otra razón, han disminuido sus pedidos, sea por imposición de aranceles, por falta de pago o, en el caso de Cuba, porque ya no nos necesitan. Es una realidad que la Zona Libre no es una solución para Colón, pues es poca la riqueza que se queda en esa provincia.  Los desarrollos que integren a la población y generen empleo son los que a la larga podrán ofrecer una mejoría.

La que era un sitio para comercio y recreación, la taza de oro, es hoy una ciudad fantasma, sin actividades culturales, salas de cines ni tiendas emblemáticas.  La Casa Wilcox, desde donde Varela prometió rescatar la ciudad de Colón el día de su asunción como presidente, cedió en julio de este año en uno de sus pisos, dejando a diez familias damnificadas, sin que se haya cumplido la promesa a casi la mitad de su mandato.  Los colonenses miran con poca esperanza que a 26 meses no se haya iniciado su rescate, sabiendo que el tiempo corre en contra y con ventaja para otros proyectos más electoreros, a menos que el Papa visite Colón si viene a Panamá.

Más desesperanza causa que por mucha fanfarria que desplegaron ese 1o de julio, el ejecutivo no se haya preocupado de todas las familias que han quedado desempleadas por el capricho de una agencia estadounidense, y les causa estupor que ese mismo santísimo presidente se preocupe por ir a verificar que funcionen las tarjetas de crédito en la tienda de los pudientes — Félix B. Maduro — y no instruya a su canciller a que proteste por el ataque que han sufrido muchos colonenses.

A Dios rogando y con el mazo dando le calza muy bien a la actitud del presidente en el caso de Colón.  Como es un hombre de fé, dirá que estoy «ñañequeando».  O no puede rodearse de gente que no tenga conflicto de interés en las reformas que requiere Panamá, o no le interesa hacer un buen gobierno.   Esa actitud, de falta de compromiso y de interés es lo que ha demostrado en 26 meses.