Por Mariela Sagel, en La Estrella de Panamá, 27 de febrero de 2022.
Por años, por no decir siglos, ha habido una disputa intelectual entre los partidarios de Vasco Núñez de Balboa, que fue quizás el primer español que avistó el Océano Pacífico, después de la conquista española que empezó en 1492 con la llegada de Cristóbal Colón al continente americano y su suegro (aunque no se llegara a consumar el matrimonio con su hija), Pedro Arias de Ávila, que fundó la noble ciudad de Panamá en 1519, el primer asentamiento fundado por esos mismos conquistadores y colonizadores a orillas del mar que había avistado por vez primera la expedición de Balboa, el 15 de agosto, y que hace tres años celebramos con mucho entusiasmo bajo el liderazgo del Patronato de Panamá Viejo. Esta ciudad, cuyas ruinas fueron abandonadas a la desidia por más de 400 años fue rescatada y puesta en valor por este dinámico patronato desde hace más de 25 años y hoy es un lugar de obligatoria visita tanto para turistas como nacionales, donde se hacen recreaciones históricas, se organizan eventos y se cuenta con una muy bien surtida librería.
El tema Balboa versus Pedrarias tomó mucho calor en 2019, precisamente por esa predisposición que tenemos los panameños de ponernos de un bando o de otro y recuerdo que fueron varios los foros donde se profundizó en el protagonismo de ambos españoles, uno que llegó de polizón a las costas panameñas, oriundo de Jerez de los Caballeros, en la provincia de Badajoz, y Pedro Arias de Ávila, Pedrarias para muchos, segoviano, de la región de Castilla y León, que llegó a ser gobernador y capitán general de Castilla de Oro (como se nombró a Tierrafirme después de avistarse el Pacífico) desde 1514 hasta 1526 y el de gobernador de Nicaragua de 1528 a 1531, donde murió.
La cabeza de Balboa, último libro de Juan David Morgan, publicado en septiembre del año pasado por Alfaguara, es una historia necesaria para comprender cabalmente esta rivalidad y entender los hechos que se dieron durante esos frenéticos años en que los españoles llegaron a nuestro continente, no siempre a tratar bien a la población originaria, con el mandato de “cristianizarla”, que a muchos llevó a esclavizarla y en ocasiones, eliminarla por las condiciones a las que los sometían.
El libro es un delicioso diálogo entre el cronista de Indias, Pedro Mártir de Anglería, nacido en Italia, pero residente en Valladolid al servicio de los Reyes Católicos, y el Papa León X, de rancio abolengo pues era el segundo hijo de Lorenzo de Médici, (el Magnífico). Como heredero de una educación artística fue mecenas de las artes y un erudito en muchos temas, y se desarrolla en las oficinas del “Vicario de Cristo” en el Vaticano, gracias al interés que León X puso a las “Décadas del Nuevo Mundo”, escritas por Pedro Mártir, algunas de cuyas epístolas fueron dedicadas al Papa Médici.
El escenario es magnífico, porque se desarrolla en el tiempo en que se empezaba a construir la Basílica de San Pedro en el Vaticano, que tardaría 120 años en terminarse, el apogeo de Miguel Ángel al pintar la Capilla Sixtina, que fue inaugurada el 15 de agosto de 1483, donde se celebra el cónclave que elige a los Papas, y quizá el más importante componente del complejo vaticano y las denuncias que hacía Martín Lutero, el teólogo, fraile católico agustino recoleto y reformador religioso alemán, que abrió el camino a las reformas protestantes, mediante 95 tesis que condenaban la avaricia y el paganismo en la iglesia católica, así como las indulgencias que se pedían para sufragar los gastos fastuosos de los ocupantes del Vaticano.
De los llamados cronistas de Indias, como explica el autor en su prólogo, cuatro eran los principales, Gonzalo Fernández de Oviedo, autor de Historia general de las Indias, Fray Bartolomé de las Casas, que se le cataloga como el más apasionado, que defendía a los aborígenes americanos de los abusos a los que fueron sometidos por los conquistadores, como se puede leer en su Historia de las Indias. Un tercero, Pascual de Andagoya es meritorio porque el autor fue un soldado que participó en varias de las acciones bélicas que emprendieron los españoles en contra de los indígenas y Pedro Mártir de Anglería, que además era sacerdote, que fue el primero en publicar sus memorias, narradas de manera epistolar, mediante cartas escritas en latín, que enviaba a las personalidades de la época. Pedro Mártir nunca estuvo en el Nuevo Mundo y se le considera el primer periodista de la historia de América.
No descuida el escritor Morgan el lenguaje de esa época y está sumamente pulido ese aspecto, sin que llegue a ser ilegible o inentendible, evitando todos los dialectos que se pueden leer en las crónicas, haciendo la lectura de estas enriquecedoras conversaciones un deleite para los que tratamos de cultivar un buen idioma español.
El momento que enmarcar este diálogo más que estimulante pone a la novela a llevarnos por las incursiones que hacían los españoles en el Nuevo Mundo, mientras en Italia despuntaba el Renacimiento como fuerza propulsora de la civilización y la cultura.
Balboa versus Pedrarias
No es una novela histórica “per se” aunque la contratapa diga que es una “sin ficción” sino una interpretación de las crónicas de Pedro Mártir de Anglería, vistas desde la óptica del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, León X que une a su evidente erudición, cierta picardía y sarcasmo que hace de su lectura una delicia. Yo creo que es de mucha ficción el poner en contexto unas conversaciones que a lo mejor nunca se dieron.
Teniendo como antecedente la obra de teatro El veredicto, escrita a dos manos con Ernesto “Neco” Endara, no hay duda de que, si nos ponen a votar, todos seríamos partidarios de que Vasco Núñez de Balboa fue un hombre bueno, que priorizó los descubrimientos y el bienestar de los indígenas a las riquezas que, según el autor, abundaban en esa área (entre lo que es hoy el Archipiélago de Kuna Yala y el Darién), se hizo amigo de los caciques y llegó a amar a la hija de Careta. Por otro lado, Pedrarias se muestra como un hombre envidioso, cruel, que llegó a cometer atrocidades con la población nativa y que escondió a los reyes los logros que había obtenido Balboa.
Pedrarias era hijo y nieto de personas allegadas a la corona, mientras que Balboa era de origen humilde, llegó a América en 1500 en la expedición de Rodrigo de Bastidas y nueve años después, escondido en un barril, en la expedición de Martín Fernández de Enciso, que después se convirtió en su enemigo. Uno de los personajes que interactúan en contra de Balboa, durante el juicio sumario que no acató ni una apelación, y que terminó con la decapitación del “adelantado”, fue Francisco Pizarro, a quien Balboa le confió la primera incursión en lo que llamaban Tierrafirme y que lo acompañó en el avistamiento de “la Mar del Sur”, como le llama Morgan al Pacífico a lo largo de la novela. Sin embargo, Pizarro, posterior conquistador del Perú, hacia donde se dirige desde la isla de Taboga, era fiel a Fernández de Enciso.
Toda una tramoya de traiciones, demoras en las comunicaciones con la corona española y crueldad contra la población originaria, así como contra los que osaban desafiar la autoridad de Pedrarias, que llegó a Castilla de Oro en 1514, ya afincada la autoridad de su enemigo se van desarrollando a lo largo de las conversaciones entre Pedro Mártir y León X, con algunos apartes como las visitas a la Capilla Sixtina, “soirés” que el Papa ofrecía donde incluso cantaba, y encuentros con el gran artista Miguel Ángel Bounarroti.
De esta historia, donde el más mínimo detalle es muy cuidado, me quedan las atinadas conclusiones a la que llega el escritor, entre otras, de que por culpa de Pedrarias, Balboa perdió la cabeza, un hecho que determinó que éste último perdiera, ante la historia, cualquier prestigio que hubieran merecido sus ejecutorias y de que resulte conmovedor de que, a pesar de haber transcurrido 500 años desde estos hechos, los habitantes de las comarcas indígenas de Panamá siguen viviendo en la pobreza extrema. Y resalto, más interesante aún, que Pedrarias también decapitó a Francisco Hernández de Córdoba, que había fundado las ciudades de Granada y León en Nicaragua y son precisamente los nombres de Balboa y Córdoba, las monedas de uso corriente en Panamá y Nicaragua.
Pero me queda una interrogante, y es qué pasó con Leoncico, el perro fiel de Balboa que estuvo con él desde España hasta Tierrafirme.