Los estragos que causó esta fiesta que se toma tan en serio en nuestro país fueron a todos los niveles. Me cuentan que a pesar de que en la ciudad se sintió la presencia de la policía y los mismos residentes del área afectada por la ruta (entre los que me cuento como damnificada), la premura en contratar orquestas y grupos por la tardanza en organizar una junta de Carnaval como Dios manda lo que ofreció fueron eventos improvisados, aburridos y anticuados. Como he repetido y escrito en ocasiones anteriores, para hacer un carnaval en la ciudad, igual que lo hacen en los pueblos del interior, donde son muy particulares, se necesita tiempo, planificación y compromiso, y no precisamente asesores por dos semanas que cobren sumas astronómicas, como ha empezado a circular que se le han pagado a un par de allegados a la precipitada junta que tuvo en sus manos la organización de éste que paso, que ni sé cómo se llamó.
En las carreteras también se sintió mucho control de parte de los uniformados, lo que no impidió, sin embargo, que se registraran lamentables accidentes. No soy muy amante de seguir los eventos en la televisión —a excepción de los políticos— por lo que no ví la demencia de Las Tablas, la saltadera de los colchones ni los latazos en Penonomé.
Algo sí me quedó claro: cuando las pasiones se sobreexcitan y hay descontrol, cualquier cosa puede pasar. Hace 10 años, previo a los carnavales, les pedí a los productores de La Cáscara y Calle 13 que no perdieran la cordura, que no se dejaran llevar por las emociones. No lo hicieron y el resultado fue una sanción, que me impugnaron, pero senté el precedente. Me hicieron una caricatura donde aparezco resbalándome en una cáscara de guineo que conservo en un lugar destacado de mi despacho.
La telenovela de Murcia no dejó de mantenerme en suspenso y por falta de curiosidad no me metí en la página web del canal que tuvo la exclusividad de entrevistar al apresado ángel de las pirámides, que tantos estragos ha causado tanto en su país natal, Colombia, como en el nuestro. Lo que siguió fue el debate de los noticieros reproduciendo no solo los capítulos de la inacabada serie, sino las aseveraciones de algunos políticos de que tal y cual campaña estaban financiadas con fondos de ese dudoso dinero. Es lamentable que la guerra de los ratings haga mano de tan pobres argumentos y la atención se enfoque en a quién le abrió la puerta o qué opinó ese despreciable individuo.
Sin entrar en honduras, colchones o latas, hay que advertir que los ejemplos que vemos a diario, tanto de los políticos como de los medios de comunicación llevan a la conclusión de que es deprimente, deplorable y poco alentador que no se quiera elevar el nivel ni del debate ni de los mensajes.
Todos queremos que nuestros hijos vivan en un país mejor, que estudien y se preparen para un mundo competitivo, que no se consigue a punta de saltos dementes en colchones ni por medio de cuñas publicitarias que desacreditan en vez de orientar. Un mensaje como el decir que “naiden” (refiriéndose a nadie) se queja de los precios de tal o cual supermercado lo que hace es que nuestra juventud retroceda en términos culturales. Como leí recientemente de Edmund Burke, escritor y político irlandés del siglo 18: “lo único que necesita el mal para triunfar, es que los hombres buenos no hagan nada”. Yo añadiría, aunque se infiere, que las mujeres no hagamos nada.