En cada poste de luz cuelga un pote con flores, a lo largo de los viaductos rematan sus ásperas barandas con macetas que son una fantasía de colores vistosos y sus tradicionales símbolos y faroles rojos están en todas partes, en los avisos viales, en las luminarias, cunetas y espacios públicos. No se trata de un paisajismo natural, sino de uno muy bien diseñado, cuidado, podado y recreado para engalanar las festividades.
Todo este ornato es responsabilidad del ayuntamiento o municipio, y es notoria la inversión y planificación que se hace en él. Entre las municipalidades vecinas hay competencia por las expresiones florales y se promueve que los ciudadanos, especialmente los de la tercera edad, se involucren en el cuidado y mantenimiento de esta posesión colectiva.
Da gusto circular por una ciudad que se esfuerza por mantener sus áreas públicas en buen estado, no solo en la limpieza, sino también en lo estético, donde hay muestras de que se está educando en el tema de reciclaje y donde los barrenderos andan con las típicas escobas orientales recogiendo la basura y con pinzas chinas manipulando las bolsas de desechos. Sería justo señalar que el manejo de un municipio se puede valorar en la forma como disponen de la basura, al igual que la clase de una persona se nota en la forma como come o las maneras que tiene en la mesa.
Los árboles que se siembran a la orilla de las veredas también son importantes, ya que no es lo mismo sentarse en un área verde al lado de una palmera que a la sombra de un sauce llorón. Hasta en eso se fijan los planificadores de esta inmensa ciudad, cuyo parque vehicular asciende a 5 millones de autos, muchos millones de bicicletas y motos y más de15 rutas de Metro.
La mejor forma de aprender a hacer un gobierno es ensayando desde la alcaldía, es como hacer un modelo simulado de gestión que posteriormente se aplique a otros colectivos. La ciudad de Panamá debería ser una ciudad jardín, con la riqueza de flora que contamos, pero que desperdiciamos por la crónica falta de visión que mantenemos.