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UN NUEVO PAIS

Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 19 de junio de 2016

A dos semanas de la tan esperada inauguración de la ampliación, que fue aprobada en un referéndum al que acudieron pocas personas a votar y que uno de los abanderados del NO a esa ampliación es el que la recibirá, con pompas y glorias, –que le están costando al erario público más de 4 millones de dólares–, nos preguntamos si no estamos propiciando tener un país bajo los mismos límites que los que ocupaba la antigua Zona del Canal.  Después de 39 años de que se suscribieron los Tratados Torrijos Carter, y 17 años que se nos transfirió el manejo de la vía acuática, que está ubicada en nuestro mayor activo como país, nuestra posición geográfica, no podemos vanagloriarnos de haber puesto al servicio del país los beneficios que éste genera.

La región interoceánica de Panamá, que comprende las ciudades terminales de Panamá y Colón, y las áreas que fueron en su momento la Zona del Canal, era una sociedad hidráulica, sobrepuesta a la pluvicultural que se había mantenido en la nación.  Lo primero que hicieron los gringos al “ayudarnos” a obtener la separación de Colombia, por el descuido de los colombianos al tenernos como una provincia olvidada, fue hacernos república independiente de Costaguana, la mítica región a la que se refiere Joseph Conrad en su libro Nostromo.  En ese eje Panamá-Colón, se ha creado un estado bicéfalo que hace que esta zona sea un “primer mundo”, incrustado en un “tercer mundo” insustentable, como es el resto del país, al que no le llegan los beneficios del Canal de Panamá, que no sabe cómo le beneficia y que ni se inmutó en ir a votar en el referéndum que aprobara la ampliación que ahora deliran en inaugurar quienes se opusieron.

Tal como lo explica el matemático ambientalista Manolo Zárate, en un enjundioso ensayo publicado en la Revista Tareas No. 152, el canal es una obra hidráulica que administra por gravedad las aguas de dos cuencas, la del Río Chagres en el Atlántico y la del río Grande, en el Pacífico.  Este potencial hídrico, además de las 52 cuencas que hay en nuestra geografía de 77 mil kilómetros de extensión, nos pone en una situación de ventaja si se usara el agua de manera racional, pero mucha se pierde, tanto en la operación canalera como en el consumo y abuso humano residencial y la pésima infraestructura por que la tiene que transitar.

La actual Junta Directiva de la Autoridad del Canal de Panamá no tiene un representante de la clase obrera y sí una cuestionada representación femenina, y un individuo señalado por corrupción. No hay meritocracia que valga. Su composición no representa el conjunto de las fuerzas patrióticas y sociales que componen a la nación panameña.  Este desfase coincide con la finalización de esta ampliación y el desarrollo de las operaciones logísticas mundiales que se han instalado en nuestro país.

En este país del “primer mundo” que goza de un perfil moderno y edificios que son la envidia de la región, se desarrollan toda clase de actividades, muchas de las cuales no toman en cuenta el resto de la nación, que apenas subsiste, que lo han estrangulado en su producción agrícola, que no recibe la atención educativa que necesita, ni de salud ni muchos menos de seguridad.  El nombramiento de un militar en la Unidad de Bienes Revertidos indica que vienen por más para asegurar el área del país que quieren crearnos donde estaba la antigua Zona del Canal.  Ahora que nos hemos entregado por entero y sin resistencia a los caprichos del imperio, –al punto de que al Presidente Varela no se le ocurrió nada más ridículo que ir a visitar las tiendas Félix Maduro porque les habían restablecido su servicio de tarjetas de crédito, por seis meses, gracias a la bondad de Tío Sam (¿o John?) – no deberíamos seguir proclamando que «alcanzamos por fin la victoria«.

Rematamos la caricatura de Costaguana con la huída del ministro de Salud en medio de una epidemia de influenza. La verdad es que nos merecemos lo que nos pasa y que sigamos siendo aporreados por no protestar, por seguir siendo súbditos, por cobardes.

*Este artículo también fue publicado en el periódico de la Universidad de Salamanca (USAL)